martes, 2 de febrero de 2016

De un lamentable - e increíble - suceso


Leonor Pío de Saboya, duquesa viuda de Atri y “vergonzante” esposa  en segundas nupcias  del señor abate don Alessandro Pico della Mirándola, era hija de Francisco Pío de Saboya y Moura, marqués de Castel-Rodrigo que murió  en Madrid la lluviosa tarde del 15 de septiembre de 1723 en peculiares circunstancias que hacen de su fallecimiento un hecho memorable en la pequeña historia madrileña.  

            Y son precisamente esas circunstancias el tema de esta impertinente divagación, traídas  a colación para entretenimiento e ilustración del curioso lector.

            Vayamos a ello.

 ***

            Quien guste de pasear hoy día por el madrileño paseo de Recoletos disfrutará de una amplia avenida que se extiende a lo largo de unos quinientos metros desde la plaza de la Cibeles a la plaza de Colón recorrida por una sombreada alameda que permite al viandante disfrutar de un singular espacio urbano acompañado del atípico concierto de los estruendos automovilistas y otras maravillas.






Pero no siempre fue así...


(Hª de la Villa y Corte de Madrid, J.Amador de los Ríos y J. de Dios de la Rada (M.1862)


Ese hipotético paseante  debiera saber que se encuentra en el espacio que ocupara el parque público
más antiguo de Madrid, urbanizado en tiempos

de Carlos III con proyecto de José de Hermosilla y Ventura Rodríguez quienes, por iniciativa del conde de Aranda, diseñaron a lo largo de la década de 1760 la remodelación del paseo, un hermoso espacio ajardinado, un auténtico “salón”, plantado de árboles y adornado con bancos y fuentes, por cuyo centro discurría el famoso arroyo del Prado cruzado por numerosos puentecillos cuyo comienzo se encontraba en la puerta de Atocha y  su final en la de Recoletos, hermosa puerta barroca abierta en 1756  reinando Fernando VI, que vino a sustituir el modesto portillo que se abría en la vieja cerca levantada por Felipe IV próximo al convento de frailes agustinos recoletos que dio nombre a la zona, en cuyo solar, por cierto, se levanta hoy la Biblioteca Nacional.










 

Fuente de la Alcachofa y, al fondo, puerta de Atocha (1769)
































Puerta de Recoletos (1756)






El extenso paseo se organizaba, en la práctica, en tres tramos:   el paseo de Atocha, el paseo del Prado y el paseo de Recoletos siendo este último el que interesa a nuestro propósito, pues fue allí, entre el Real Pósito de la Villa y las huertas del convento de Recoletos, donde, en la década de 1670,  doña Catalina Vélez de Guevara, condesa de Oñate, construyó una de aquellas casas-jardín a las que tan aficionada fue  la nobleza madrileña en los esplendores del Real Sitio del Buen Retiro. En 1846 la posesión fue vendida por los herederos de la condesa  al marqués de Salamanca que pagó por ella 800.000 reales de vellón y construyó en su solar un nuevo palacio, pero hasta entonces la casa fue habitada por sucesivas generaciones de condes de Oñate y marqueses de Montealegre que unas veces la ocuparon y otras la tuvieron alquilada a personajes de alcurnia.
     La casa se encontraba rodeada de huertas y jardines, y el subsuelo de la finca estaba recorrido por importantes “viajes de agua”. Además se encontraba muy cercana al caudaloso arroyo del Prado que recibía las aguas de numerosos  manantiales y regatos, como el que bajaba desde las huertas del convento de Recoletos o el que discurría por el cercano camino de Alcalá.
     Las frecuentes roturas y averías  de los “viajes de agua” y la falta de una adecuada canalización de regatos y arroyuelos daban lugar con cierta frecuencia  a la formación de lodazales y encharcamientos que dificultaban el tránsito por la zona. No digamos ya el peligro que representaban tormentas y aguaceros, tan frecuentes en otoño y primavera, cuya violencia llegaba a provocar que las aguas desbordaran el cauce del arroyo principal y anegaran las zonas limítrofes produciendo toda clase de desperfectos y problemas. 


1: Convento de Agustinos Recoletos; 2: Espacio donde se edificó hacia 1675  el palacio de los condes de Oñate; 3: Real Pósito de la Villa 
Plano de Nicolás Chalmandrier (1761)

  El día que señalamos, 15 de septiembre de 1723, cumplía 35 años Francisco María Pico de la Mirándola, IV duque de la Mirándola, aristócrata italiano que había luchado en las filas borbónicas durante la guerra de Sucesión española, ganándose las simpatías del rey Felipe V quien, acabada la contienda, lo llamó a la corte y lo nombró Caballerizo Mayor, convirtiéndose en un respetado cortesano en el entorno del monarca.

    Estaba casado con la hija de un Grande de España, Mª Teresa Spínola y de la Cerda - tía materna de Leonor Pío de Saboya, por cierto - hecho este que consolidó su posición en la corte española.

    Y, casualidades de la vida,  uno de sus hermanos, Giovanni Pico, marqués de Quarantoli, era el padre de Alessandro, el enamorado de Leonor. Así que esta sencilla indagación nos proporciona un nuevo dato sobre la pareja: los enamorados eran… ¡primos por partida doble! Una nueva razón para mantener “en secreto” su relación, por legítima que esta fuera. Los casamientos entre primos no estaban muy bien vistos en España por aquel entonces.

    Pues bien, vivía por entonces el señor de la Mirándola (don Francisco) “de alquiler”  en el antiguo palacio al que aludíamos antes propiedad de los condes de Oñate  en el paseo de Recoletos donde aquella tarde de septiembre se había reunido un nutrido grupo de eminentes caballeros que habían acudido a transmitir al duque sus más efusivas felicitaciones en día tan señalado, entre los que se encontraba su cuñado, el marqués de Castel Rodrigo, padre de nuestra protagonista.

La reunión tuvo lugar en alguna de las habitaciones de confianza situadas en la planta baja (cuarto nuevo, antesala del señor Conde de Oñate, alcoba, pieza de recámara, tocador, estrado, guardarropa…), reunión que  Doña Mª Teresa, la señora condesa,  abandonó pronto  en compañía de una criada para cumplir con sus devociones piadosas en el  oratorio de la casa.
    En la sala quedó el grupo de caballeros en amable tertulia o quizás entregados a los naipes u otro juego de mesa de los que tan de moda estaban por entonces.
    La casa se abría sobre el paseo a poca distancia del arroyo del Prado  y a la trasera se extendían  sus dos jardines, el "grande" y el "chico" y una huerta con sus albercas, norias y acequias, además de hallarse recorrido el subsuelo de la finca por tuberías y canales de varios viajes de agua de deficiente construcción .






Esta abundancia de agua en la zona (regatos superficiales y cañerías subterráneas),  ya había dado lugar en múltiples ocasiones a averías y desperfectos en tapiales y medianerías anegando sin control huertos y jardines.Aasí pues no era nada nuevo que estos, e incluso la tapia que los encerraba,  sufrieran destrozos a causa del líquido elemento.
 Pero lo de aquella tarde excedió todo lo conocido cuando se desató una terrible tormenta y el arroyo del Prado se desbordó y además el agua de regatos y conducciones se deslizó en tromba ladera abajo  llegando a tirar la tapia que rodeaba la posesión e incluso parte de los muros de la casa, entrando violentamente en ella e inundando los salones del noble palacio, provocando un aterrado desconcierto y la desbandada consiguiente de  los invitados, alguno de los cuales quedó aprisionado contra las ventanas y otros hubieron de ingeniárselas para salvarse de la furiosa inundación agarrándose como pudieron a las rejas de las ventanas o subiéndose sobre el techo de los coches estacionados en patios y cocheras, chapoteando sin pericia entre los lodos y los árboles caídos y  saliendo, en algunos casos, con múltiples heridas y contusiones.
Aunque no todos  lograron salvar la vida.
 Nada mejor que el testimonio directo que ofrece la Gaceta de Madrid en su número del  21 de septiembre de 1723:
 

 La noche del día 15 hubo en esta Villa una horrorosa tempestad de truenos, relámpagos y agua que duró más de dos horas, en cuyo espacio cayeron varıas centellas en diversos edificios que no hicieron considerable daño; pero los causó muy graves el ímpetu del agua en los barrios de Santa Bárbara, donde se arruinaron algunas casas sepultando entre sus ruinas a cuatro personas y donde hizo mayor estrago fue en la casa-jardín del señor conde de Oñate donde vivía actualmente el señor conde de la Mirándola; y por ser ese día en que cumplía años se hallaban a la sazón a cortejarle muchos señores que, ignorando el riesgo que les amenazaba, estaban en el cuarto bajo, cerradas todas las puertas y ventanas, lo que dio lugar a que el agua de las alturas de la Huerta y cercanías del convento de los Recoletos rompiese las tapias y entrase hasta la pared de la casa y creciendo excesivamente derribó parte de la dicha pared y entró con ímpetu en todo el cuarto bajo, subiendo casi tres varas de alto, en cuyo conflicto salieron de la casa los que pudieron, otros se mantuvieron asidos de  ventanas y rejas, nadando sobre el agua, y otros subiendo sobre los coches del patio salvaron las vidas, aunque maltratados, y a otros libraron los religiosos agustinos recoletos que acudieron al remedio. Pero la duquesa de la Mirándola que se había retirado al oratorio con una criada, se ahogaron sin poderlas socorrer; como también don Tiberio Carrafa, e, intentando salir de la casa, el señor don Francisco Pío de Saboya, Moura y Corte Real, marqués de Castel Rodrigo le arrebató y llevó el ímpetu del agua, sin haberle podido socorrer ni saberse su paradero hasta el día siguiente que se halló su cadáver en el río tres leguas distante de esta Villa.

¡Qué muerte tan absurda para hombre de tan glorioso pasado como fue don Francisco, la verdad! Héroe en la guerra de Sucesión, como su anfitrión, fue nombrado por sus hechos y su lealtad a Felipe V, mariscal de campo y lugarteniente general (1703) así como Caballero de la Orden del Toisón de Oro (1707). Fue también Capitán General y gobernador de Cataluña en difíciles momentos (1715) Tenía 48 años.
Y 16 su hija Leonor, la primogénita, a la que enseguida casó su madre, Juana Spínola de la Cerda y Colonna, por poderes, con el italiano Domingo de Acquaviva y Aragon, conde de Atri, mucho mayor que ella quien pronto se consoló tomando a su  primo Alejandro como cortejo

Pero esa ya es otra historia.













 

 


                                                 




















 









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