Leonor Pío de Saboya, duquesa viuda de
Atri y “vergonzante” esposa en segundas
nupcias del señor abate don Alessandro
Pico della Mirándola, era hija de Francisco Pío de Saboya y Moura, marqués de
Castel-Rodrigo que murió en Madrid la lluviosa
tarde del 15 de septiembre de 1723 en peculiares circunstancias que hacen de su
fallecimiento un hecho memorable en la pequeña historia madrileña.
Y
son precisamente esas circunstancias el tema de esta impertinente divagación, traídas
a colación para entretenimiento e
ilustración del curioso lector.
Vayamos
a ello.
***
Quien guste de pasear hoy
día por el madrileño paseo de Recoletos disfrutará de una amplia avenida que se
extiende a lo largo de unos quinientos metros desde la plaza de la Cibeles a la
plaza de Colón recorrida por una sombreada alameda que permite al viandante
disfrutar de un singular espacio urbano acompañado del atípico concierto de los
estruendos automovilistas y otras maravillas.
Pero no siempre fue así...
Pero no siempre fue así...
(Hª de la Villa y Corte de Madrid, J.Amador de los Ríos y J. de Dios de la
Rada (M.1862)
Ese hipotético paseante debiera saber que se encuentra en el espacio
que ocupara el parque público
más antiguo de Madrid, urbanizado en tiempos
más antiguo de Madrid, urbanizado en tiempos
de Carlos III con proyecto de José de Hermosilla
y Ventura Rodríguez quienes, por iniciativa del conde de Aranda, diseñaron a lo
largo de la década de 1760 la remodelación del paseo, un hermoso espacio
ajardinado, un auténtico “salón”, plantado de árboles y adornado con bancos y
fuentes, por cuyo centro discurría el famoso arroyo del Prado cruzado por numerosos puentecillos cuyo comienzo se encontraba en la puerta de Atocha y su final en la de Recoletos, hermosa puerta
barroca abierta en 1756 reinando
Fernando VI, que vino a sustituir el modesto portillo que se abría en la vieja
cerca levantada por Felipe IV próximo al convento de frailes agustinos
recoletos que dio nombre a la zona, en cuyo solar, por cierto, se levanta hoy
la Biblioteca Nacional.
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Fuente de la Alcachofa y, al fondo,
puerta de Atocha (1769)
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Puerta de Recoletos (1756) |
El extenso paseo se organizaba, en la
práctica, en tres tramos: el paseo de
Atocha, el paseo del Prado y el paseo de Recoletos siendo este último el que
interesa a nuestro propósito, pues fue allí, entre el Real Pósito de la Villa y
las huertas del convento de Recoletos, donde, en la década de 1670, doña Catalina Vélez de Guevara, condesa de
Oñate, construyó una de aquellas casas-jardín a las que tan aficionada fue la nobleza madrileña en los esplendores del
Real Sitio del Buen Retiro. En 1846 la posesión fue vendida por los herederos
de la condesa al marqués de Salamanca
que pagó por ella 800.000 reales de vellón y construyó en su solar un nuevo
palacio, pero hasta entonces la casa fue habitada por sucesivas generaciones de
condes de Oñate y marqueses de Montealegre que unas veces la ocuparon y otras
la tuvieron alquilada a personajes de alcurnia.
La
casa se encontraba rodeada de huertas y jardines, y el subsuelo de la finca estaba
recorrido por importantes “viajes de agua”. Además se encontraba muy cercana al
caudaloso arroyo del Prado que recibía las aguas de numerosos manantiales y regatos, como el que bajaba
desde las huertas del convento de Recoletos o el que discurría por el cercano camino
de Alcalá.
Las
frecuentes roturas y averías de los
“viajes de agua” y la falta de una adecuada canalización de regatos y
arroyuelos daban lugar con cierta frecuencia a la formación de lodazales y encharcamientos
que dificultaban el tránsito por la zona. No digamos ya el peligro que
representaban tormentas y aguaceros, tan frecuentes en otoño y primavera, cuya
violencia llegaba a provocar que las aguas desbordaran el cauce del arroyo
principal y anegaran las zonas limítrofes produciendo toda clase de
desperfectos y problemas.
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1: Convento de Agustinos Recoletos; 2: Espacio donde se edificó hacia 1675 el palacio de los condes de Oñate; 3: Real Pósito de la Villa Plano de Nicolás Chalmandrier (1761) |
El día que señalamos, 15 de septiembre de 1723, cumplía 35 años Francisco María Pico de la Mirándola, IV duque de la Mirándola, aristócrata italiano que había luchado en las filas borbónicas durante la guerra de Sucesión española, ganándose las simpatías del rey Felipe V quien, acabada la contienda, lo llamó a la corte y lo nombró Caballerizo Mayor, convirtiéndose en un respetado cortesano en el entorno del monarca.
Estaba casado con la hija de un Grande de España, Mª Teresa Spínola y de la Cerda - tía materna de Leonor Pío de Saboya, por cierto - hecho este que consolidó su posición en la corte española.
Y, casualidades de la vida, uno de sus hermanos, Giovanni Pico, marqués de Quarantoli, era el padre de Alessandro, el enamorado de Leonor. Así que esta sencilla indagación nos proporciona un nuevo dato sobre la pareja: los enamorados eran… ¡primos por partida doble! Una nueva razón para mantener “en secreto” su relación, por legítima que esta fuera. Los casamientos entre primos no estaban muy bien vistos en España por aquel entonces.
Pues bien, vivía por entonces el señor de la Mirándola (don Francisco) “de alquiler” en el antiguo palacio al que aludíamos antes propiedad de los condes de Oñate en el paseo de Recoletos donde aquella tarde de septiembre se había reunido un nutrido grupo de eminentes caballeros que habían acudido a transmitir al duque sus más efusivas felicitaciones en día tan señalado, entre los que se encontraba su cuñado, el marqués de Castel Rodrigo, padre de nuestra protagonista.
La reunión tuvo lugar en alguna de las habitaciones de confianza situadas en la planta baja (cuarto nuevo, antesala del señor Conde de Oñate, alcoba, pieza de recámara, tocador, estrado, guardarropa…), reunión que Doña Mª Teresa, la señora condesa, abandonó pronto en compañía de una criada para cumplir con sus devociones piadosas en el oratorio de la casa.
En la sala quedó el grupo de caballeros en amable tertulia o quizás entregados a los naipes u otro juego de mesa de los que tan de moda estaban por entonces.
La casa se abría sobre el paseo a poca distancia del arroyo del Prado y a la trasera se extendían sus dos jardines, el "grande" y el "chico" y una huerta con sus albercas, norias y acequias, además de hallarse recorrido el subsuelo de la finca por tuberías y canales de varios viajes de agua de deficiente construcción .
Esta abundancia de agua en la zona (regatos superficiales y cañerías subterráneas), ya había dado lugar en múltiples ocasiones a averías y desperfectos en tapiales y medianerías anegando sin control huertos y jardines.Aasí pues no era nada nuevo que estos, e incluso la tapia que los encerraba, sufrieran destrozos a causa del líquido elemento.
Pero lo de aquella tarde excedió todo lo conocido cuando se desató una terrible tormenta y el arroyo del Prado se desbordó y además el agua de regatos y conducciones se deslizó en tromba ladera abajo llegando a tirar la tapia que rodeaba la posesión e incluso parte de los muros de la casa, entrando violentamente en ella e inundando los salones del noble palacio, provocando un aterrado desconcierto y la desbandada consiguiente de los invitados, alguno de los cuales quedó aprisionado contra las ventanas y otros hubieron de ingeniárselas para salvarse de la furiosa inundación agarrándose como pudieron a las rejas de las ventanas o subiéndose sobre el techo de los coches estacionados en patios y cocheras, chapoteando sin pericia entre los lodos y los árboles caídos y saliendo, en algunos casos, con múltiples heridas y contusiones.
Aunque no todos lograron salvar la vida.
Aunque no todos lograron salvar la vida.
Nada mejor que el testimonio directo que ofrece la Gaceta de Madrid en su número del 21 de septiembre de 1723:
La noche del día 15 hubo en esta Villa una horrorosa tempestad de truenos, relámpagos y agua que duró más de dos horas, en cuyo espacio cayeron varıas centellas en diversos edificios que no hicieron considerable daño; pero los causó muy graves el ímpetu del agua en los barrios de Santa Bárbara, donde se arruinaron algunas casas sepultando entre sus ruinas a cuatro personas y donde hizo mayor estrago fue en la casa-jardín del señor conde de Oñate donde vivía actualmente el señor conde de la Mirándola; y por ser ese día en que cumplía años se hallaban a la sazón a cortejarle muchos señores que, ignorando el riesgo que les amenazaba, estaban en el cuarto bajo, cerradas todas las puertas y ventanas, lo que dio lugar a que el agua de las alturas de la Huerta y cercanías del convento de los Recoletos rompiese las tapias y entrase hasta la pared de la casa y creciendo excesivamente derribó parte de la dicha pared y entró con ímpetu en todo el cuarto bajo, subiendo casi tres varas de alto, en cuyo conflicto salieron de la casa los que pudieron, otros se mantuvieron asidos de ventanas y rejas, nadando sobre el agua, y otros subiendo sobre los coches del patio salvaron las vidas, aunque maltratados, y a otros libraron los religiosos agustinos recoletos que acudieron al remedio. Pero la duquesa de la Mirándola que se había retirado al oratorio con una criada, se ahogaron sin poderlas socorrer; como también don Tiberio Carrafa, e, intentando salir de la casa, el señor don Francisco Pío de Saboya, Moura y Corte Real, marqués de Castel Rodrigo le arrebató y llevó el ímpetu del agua, sin haberle podido socorrer ni saberse su paradero hasta el día siguiente que se halló su cadáver en el río tres leguas distante de esta Villa.
¡Qué muerte tan absurda para hombre de tan glorioso pasado como fue don Francisco, la verdad! Héroe en la guerra de Sucesión, como su anfitrión, fue nombrado por sus hechos y su lealtad a Felipe V, mariscal de campo y lugarteniente general (1703) así como Caballero de la Orden del Toisón de Oro (1707). Fue también Capitán General y gobernador de Cataluña en difíciles momentos (1715) Tenía 48 años.
Y 16 su hija Leonor, la primogénita, a la que enseguida casó su madre, Juana Spínola de la Cerda y Colonna, por poderes, con el italiano Domingo de Acquaviva y Aragon, conde de Atri, mucho mayor que ella quien pronto se consoló tomando a su primo Alejandro como cortejo…
Pero esa ya es otra historia.
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