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Doña Mª Manuela Pignatelli de Aragón. Vol. II. La duquesa de Villahermosa Vicente Orti y Brull, Madrid, 1896 |
Si en nuestra entrega anterior presentamos al señor duque de Villahermosa, y vimos que fue el comprador y responsable de la remodelación del caserón construido por la duquesa viuda de Atri en la Carrera de San Jerónimo donde hoy se ubica el Museo Thyssen, ahora nos aprestamos a investigar la figura de doña María Manuela Pignatelli de Aragón y Gonzaga, su esposa, cuyo papel en esa aventura no tuvo importancia menor.
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Fue doña María Manuela un interesante personaje de activa participación en la reforma definitiva del que será conocido hasta nuestros días como palacio de Villahermosa; ella fue quien decidió su reestructuración definitiva y dio peculiar sentido a la vida que se desarrolló en sus salones en los primeros años del siglo XIX, y no el duque, que tuvo la desdicha de fallecer en 1791 y solo lo ocupó unos pocos años.
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En la biografía de la duquesa que Vicente Ortí y Brull publicó a finales del siglo XIX se insertan dos grabados con su imagen. En el primero, que encabeza este artículo, se nos presenta a los 26 años aunque lo contradiga la severidad de su gesto y su vestido. Era por entonces una mujer decididamente seria.
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Biografía de la duquesa de Villahermosa. Vicente Ortí y Brull (Madrid-1896) |
En esta otra imagen, probablemente anterior a la primera, se nos ofrece muy joven, ataviada con aparente sencillez, con su pudorosa manteleta y su cofia (emplumada, eso sí) sobre la imprescindible peluca. Un guiño al atuendo de las mujeres burguesas propio de los tiempos turbulentos y revolucionarios que se dieron en Francia a partir de 1789 . Y de sus prolegómenos. Podemos, pues, aventurar que se trata de un retrato de sus años parisinos en los primeros tiempos de su matrimonio.
Y obsérvese que si en algo coinciden los dos retratos es en la melancolía del gesto y la mirada.
¡Tan joven y tan triste!
Aunque no es extraño pues la vida de Mª Manuela estuvo jalonada de experiencias singulares que le dieron una peculiar infancia y juventud y con el tiempo la convirtieron en una mujer fuerte y decidida, digna de la atención de varios biógrafos, como el citado Vicente Ortí y Brull (Madrid, 1896) o el padre Luis Coloma (Retratos de antaño, Madrid, 1895).
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Para empezar, la infancia de la duquesa no debió ser especialmente feliz.
Vino al mundo el 25 de diciembre de 1753 en la casa familiar de los condes de Fuentes en la villa aragonesa de Fuentes de Ebro, un suntuoso palacio del que no quedan restos pues durante la Guerra de la Independencia sirvió de fortín a las tropas invasoras y fue prácticamente destruido. Sus padres fueron don Joaquín Atanasio Pignatelli de Aragón y Moncayo, conde de Fuentes, y su madre doña Mª Luisa Gonzaga y Carracciolo, duquesa de Solferino.
Mª Manuela se crió lejos de ellos, a los que apenas conoció, pues cuando tenía unos meses hubieron de trasladarse a Turín para ocupar allí la embajada de España y la niña quedó al cuidado de un tío suyo, hermano de su padre, Capellán Mayor del madrileño monasterio de la Encarnación, que cuidó de ella, solícitamente, como pudo. Es lógico imaginar que no es un probo sacerdote la persona más indicada para criar a una niña, así que fueron nodrizas y niñeras, "manos mercenarias", dice uno de sus biógrafos, las que se ocuparán de ella hasta que cumplió
cuatro años. Entonces, el bueno de don Vicente, que ese era el nombre de su tutor, decide ingresarla en el recién inaugurado monasterio de las Salesas Reales donde se educaban por entonces "las hijas todas de casas grandes", en palabras de Luis Coloma.
Monasterio madrileño de las Salesas Reales. En sus muros todavía puede leerse esta inscripción:
"Fernando VI y María
Bárbara erigieron y dedicaron en el año 1757 este lugar sagrado a la memoria de
la Visitación de la Bienaventurada María Isabel, para educar doncellas nobles en
religión y tradición patria".
No pretendían sus padres, que de la embajada de Turín habían pasado a la de Londres y de esta a la de París, que la pequeña entrase en religión, así que, como tampoco parecía que el Señor la llamara por tal camino, cuando tuvo quince años decidieron, por aquello de que "conociera el mundo", que se trasladara a vivir con su hermana mayor Mª Francisca, que a los dieciséis años se había casado (1763) con D. Antonio Fernández de Córdoba, duque de Medinaceli, cuarenta y tres años, nada más y nada menos, mayor que ella. Y en su magnífico palacio del Salón del Prado, esquina a la Carrera de San Jerónimo, habitaba.Pero a MªManuela le persigue la desgracia y el mismo año en que se instala en el palacio de Medinaceli (1768), fallece el duque dejando viuda a la joven Mª Francisca, que poco sobrevive a su señor esposo, pues unos meses más tarde (1789) fallece también. De viruela. Tenía 21 años.

El cuadro de Anton Raphael Mengs...
(Fundación Casa Ducal de Medinaceli)
...presenta a Mª Francisca Pignatelli, duquesa de Medinaceli y hermana mayor de Mª Manuela, en todo su esplendor, luciendo un precioso traje de seda adamascada, encajes, joyas y peluca, con un abanico en su mano derecha y abandonando sobre la falda la mano izquierda que sostiene una enigmática nota cuyo significado lamentablemente se nos escapa. Porque seguro que alguno tiene...
Así que queda de nuevo sola la joven Mª Manuela, siendo
entonces acogida en casa de Pedro Pablo Abarca de Bolea, conde de Aranda, presidente por entonces del Consejo de Castilla y mano derecha de su majestad Carlos III, donde vivía su hermano mayor, José María Pignatelli, conde de Mora, viudo de una hija del conde (Mª Ignacia del Pilar Abarca de Bolea).
Allí es cariñosamente acogida por Ana María del Pilar Fernández de Híjar, primera esposa del conde, mujer piadosa y medio pariente de Mª Manuela.
Allí es cariñosamente acogida por Ana María del Pilar Fernández de Híjar, primera esposa del conde, mujer piadosa y medio pariente de Mª Manuela.
Mientras tanto, en París, donde ejercía por entonces el conde de Fuentes sus labores diplomáticas, se concierta el matrimonio de MªManuela con Juan Pablo de Aragón-Azlor, XI duque de Villahermosa, agregado a la embajada y buen amigo, y protegido, de los de Fuentes.
El 1 de junio de 1769 se celebra la boda.
Por poderes.
Tuvo lugar la ceremonia en Madrid, en la citada casa-palacio del conde de Aranda, un enorme caserón situado en la calle Fuencarral de Madrid, frente al Hospicio, en el solar donde en el siglo XVI estuvo la quinta del Conde de Vocinquerra de Arcos, en tiempos de Fernando VII, un cuartel de Guardias de Corps, y desde 1934 - hasta el presente - la sede principal del Tribunal de Cuentas.
Ortí y Brull , dejando volar la imaginación, describe la boda como una muestra del "carácter ostentoso y espléndido" del conde de Aranda [entonces en el candelero político por su intervención en relación con el motín de Esquilache (1766) y con la expulsión de los jesuitas (1767)] que dio a la fiesta todo el brillo y solemnidad que pudo. Que era mucho.
Al anochecer del día 1º de junio de 1.769, gran número de pajes, lacayos y mozos de litera, en unión de muchos carruajes y no pocas sillas de mano, se apostaban delante de la casa,un suntuoso palacio del siglo XVII ...
[...] Una numerosa concurrencia de los dos sexos llenaba sus amplios salones...
...despojados, no hacía mucho, -aclara el señor Ortí - de su severa decoración barroca de tapices y bargueños, sillones de cuero de Córdoba, armaduras y espejos venecianos, que habían sido sustituidos, a impulsos de la nueva moda rococó, por brillantes cornucopias, sillas de dorada armadura y tapicerías bordadas con delicados paisajes, telas listadas en las paredes, alfombras de Gobelinos cubriendo los suelos y otras maravillas, objetos todos de admiración y novedad para la mayor parte de los allí congregados, quienes, en opinión del señor Ortí y Brull, eran nobles, sí, pero poco "viajados" y, por lo tanto, ignorantes de las nuevas tendencias estéticas que se extendían por Europa. Aunque no de las nuevas corrientes indumentarias:
Lucían las damas ricos trajes de brocado con rayas y flores, redondos tontillos, valiosas joyas, pelo empolvado y peinados de muy regulares dimensiones, última palabra de la moda francesa por aquel entonces...
...y los hombres sendas casacas de terciopelo recortado, con bien cumplidas chupas de raso,brillantes uniformes, amplias togas, o crujientes manteos, todo revuelto con cruces, encajes y veneras.
Fue madrina de la desposada la condesa de Aranda quien recibió a los asistentes aquella noche con su tradicional y sencilla cortesía castellana.
Entre los invitados se encontraban doña Escolástica Gutiérrez de los Ríos, duquesa de Béjar, hija del conde de Fernán-Núñez, famosa en los salones "por su gracia y natural despejo", y antigua compañera de Mª Manuela en las Salesas; y la hermana del duque de Alba, Mª Teresa de Silva y Álvarez de Toledo, casada con el duque de Berwick; y la duquesa de Tavara, venida expresamente desde Guadalajara para la ceremonia; y la marquesa de Grimaldi, esposa de Jerónimo Grimaldi, primer secretario de Estado y de Despacho de Carlos III y buena amiga de los de Fuentes; y la duquesa de Huéscar, lejos de imaginar que, con el tiempo, sería segunda esposa del conde de Fuentes y madrastra, por lo tanto, de Mª Manuela; y doña María Pimentel, condesa de Atarés, y doña Mª Josefa, condesa-duquesa de Benavente, que con el tiempo, convertida en duquesa de Osuna, sería mecenas de Goya y Moratín y artífice del precioso palacio y parque de El Capricho ... Y muchas otras que con su presencia aumentaron el brillo y grandeza de la ceremonia.
Y junto a tan ilustres señoras, los caballeros, no menos ilustres, casi todos afrancesados y hasta volterianos consumados, como el duque de Alba, don Fernando de Silva, amigo íntimo y admirador de Voltaire y Rousseau y por tanto irreconciliable enemigo de los jesuitas; o los ilustrados ministros Manuel de Roda y Pedro Rodríguez Campomanes, que, en opinión de Ortí, bien recordarían las reuniones y conciliábulos celebrados entre aquellas mismas paredes para pergeñar la expulsión de los hijos de san Ignacio; y el general irlandés Alejandro O'Reilly, incorporado al ejército español en 1760; y el caballerizo mayor de Carlos III, duque de Medinasidonia; y el embajador de Francia; y don Juan Antonio Muniaín, ministro de la Guerra, miembro destacado del "partido aragonés" y famoso por el tamaño descomunal de sus pelucas, lo que le acarreaba no pocas bromas; y el duque de Béjar, sumiller de Corps, buen humanista y discípulo aprovechado de don Tomás de Iriarte; y el conde de Fernán Núñez, vistiendo el uniforme de coronel del Inmemorial del Rey; y el vienés Hieronymus Joseph Franz de Paula Graf Colloredo von Wallsee und Melz, embajador imperial en Madrid ; y también el embajador de Suecia, barón Federico Ulric de Friesendorf; y hasta nuestro conocido abate, don Alessandro Pico de la Mirandola, estuvo en la boda, pues, entre otros méritos, era pariente de Mª Manuela por línea materna... Y otros muchos que por cortesía o deber acudieron a la invitación del conde de Aranda, a la sazón en el apogeo de su gloria.
Dos días después de la ceremonia, el 3 de junio, salió Mª Manuela de Madrid rumbo a París acompañada de su hermano José Mª, conde de Mora, y de su cuñado, Jorge Azlor, hermano de su reciente esposo.
Componían la
comitiva tres coches y quince caballos, y a ella se
agregó el conde de Aranda, que por honrar a su
esposa en sobrescrito quiso acompañarla hasta Alcalá, término de la primera jornada, llevando gentes
de su escolta. Duró el viaje, harto rápido para aquellos tiempos, dieciocho días consecutivos, y el 20 de
Junio llegaron a Meung, apeándose en el palacio del
obispo de Orleans, donde esperaba éste a la desposada, en unión de la condesa de Fuentes, madre de
ella, y de su desconocido esposo el duque de Villahermosa.
Coloma dixit.
Durante aquel largo viaje, su hermano, el muy libertino conde de Mora (corrompido en sus costumbres, pervertido en sus ideas, hermoso en su aspecto, seductor y
elegantísimo en su lenguaje, tratos y maneras, según afirma el padre Coloma) y el hermano de su esposo, Jorge Azlor, su discípulo incondicional y otro que tal baila, no dudaron en revelar a la inocente Pignatelli -aún no había cumplido los dieciséis años - las deliciosas perversiones de la corte de Luis XV ...
...desplegando a la vista de su hermana la magnificencia
de la corte de Versalles, los placeres de la vida de
París, tan ponderados hoy como entonces, y el brillo y esplendor que habían de prestar a la Duquesita
en aquella sociedad, la más fastuosa, corrompida y
elegante de su tiempo, su nombre, su juventud y
sus riquezas...
Y así llega, perpleja y asustada, la joven Mª Manuela a la cuna de todo vicio, la raíz de todo pecado, el escenario más resbaladizo, la nueva Babilonia, que todo eso era para el padre Coloma el París de la Francia en aquellos tiempos.
Universidad de los siete pecados capitales, llega a llamarla el jesuita convencido de que una sociedad presidida en sus salones por la depravada Du Barry y en el pensamiento de sus filósofos por el perverso Voltaire, era necesariamente un foco de pecado y perdición ante el que la nueva duquesa de Villahermosa debía alzar todas las defensas morales que la severa educación recibida le prestaba para salvaguardar su virtud y la salvación de su alma.
Para Ortí, sin embargo, el problema tenía otra dimensión, pues a las indudables tentaciones que amenazaban a la jovencita, dados el descreimiento general y la relajación de costumbres imperantes en la corte de Luis XV, había que añadir el esfuerzo que había de realizar para adquirir las habilidades sociales que le permitieran integrarse en la sociedad de Versalles como exigían su rango y condición, siendo como era hija y esposa de personas de gran peso en la corte y los salones parisinos.
Era necesario que pronto dominara la exigente etiqueta versallesca, los más imperceptibles ademanes de los coreográficos bailes cortesanos, el arte de la conversación, que nunca podía dejar de ser agradable e ingeniosa. Incluso tendría que aprender a llevar con desembarazo y elegancia el tontillo, el peto y la peluca, con sus barcos, castillos, pájaros, plumas y flores formando enormes "promontorios" de equilibrios imposibles, para no caer en el ridículo y el consiguiente ostracismo social.
Los libros de gastos del duque de Villahermosa en París, custodiados en el Archivo de Villahermosa, que consulta Ortí y Brull, ofrecen datos acerca de los gastos del duque en profesores de baile y francés que iniciaron a la duquesita en los conocimientos indispensables de ambas destrezas. Y este mismo biógrafo imagina a su madre, la señora embajadora, como maestra insustituible en el arte de vestir los exagerados atuendos que la etiqueta versallesca exigía.
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