domingo, 3 de abril de 2016

1.5 Los duques de Villahermosa

Tras la boda, los duques de Villahermosa vivirán varios años en París en  un palacete de la  rue Verneuil.
 Pero  su primer año de matrimonio transcurrirá  en la rue de la Université, en el  Hôtel Soyecourt,  alojamiento desde 1763 de los condes de Fuentes, embajadores de España en la corte de Luis XV y padres de la duquesa. Y donde también vivía, desde su llegada a París en 1764, Juan Pablo Azlor de Aragón, en su condición de agregado a la embajada.









Aquel primer año parisino en casa de los embajadores fue una medida práctica: ante la inocencia y timidez que mostraba "la Duquesita", no olvidemos que apenas contaba dieciséis años y que había vivido siempre recluida entre pacatas religiosas, Juan Pablo Azlor y su suegra decidieron dedicar  el primer año de  vida matrimonial de Mª Manuela a su educación social, decididos a  convertirla en una señora a la moda capaz de no desdecir en los exigentes salones parisinos. Ni en Versalles, donde la joven Pignatelli debía jugar un notable papel, dada la importancia que sus padres y esposo tenían en la corte francesa, pues la firma del Tercer Pacto de Familia entre Francia y España en agosto de 1761 había estrechado los ya viejos  vínculos entre los borbones de uno y otro estado, de forma que Luis XV estaba muy interesado en distinguir públicamente al embajador de España, el conde de Fuentes, con su afecto y cercanía, para ofrecer   notoria manifestación, por si alguna duda había en algún rincón de Europa, de su hermanamiento con la España de Carlos III, su pariente.
La visita. Vicente García de Paredes

Sin título. Vicente García de Paredes
Así que, como  ya dijimos en una ocasión anterior, además de las imprescindibles habilidades mundanas referentes a vestuario y danza, a lo largo de aquel año Mª Manuela hubo de aprender francés, lengua en la que había de desarrollar sus relaciones sociales en los años siguientes. Y no dejó su marido, el ilustrado duque, de iniciarla,  además, en materias como historia y latín, alcanzando  con todo ello un nivel de formación intelectual  muy superior al  habitual en las mujeres de su tiempo.
Y es que, aunque para el biógrafo de la duquesa padre Coloma, jesuita, no lo olvidemos,  y por lo tanto enemigo acérrimo de los nuevos filósofos  entre  cuyos simpatizantes se contaba Juan Pablo Azlor, era el de Villahermosa un marido distante dedicado a sus negocios y frecuentador de salones non sanctos, por el otro biógrafo de Mª Manuela, señor Ortí, sabemos del  aprecio en que el duque tenía la inteligencia de la joven Pignatelli con la que quiso incluso compartir el gobierno de sus importantes posesiones, instruyéndola en  los saberes  necesarios, de manera que, al quedarse viuda, e incluso antes, durante las largas ausencias de su esposo, pudo administrar personalmente el patrimonio familiar "sin solución de continuidad", tal cual lo hacía el propio duque.




El óleo de Fragonard (Muchacha leyendo) nos ayuda a  evocar en la figura de la anónima lectora a la joven Pignatelli en aquellos tiempos de su educación intelectual. El cuadro  data de  1776, aproximadamente,  y en la actualidad se conserva en la National Gallery of Art de Washington.

 Pues bien, una vez que marido y padres consideraron completada la formación de Mª Manuela en las artes necesarias para brillar en la corte, se decidieron a introducirla  en "aquella sociedad terrible de París que ponía espanto a las almas mejor templadas por sus exigencias en punto a distinción, desembarazo y dominio de sí misma", en opinión del señor Ortí y Brull.



Para ello será primer paso imprescindible la presentación oficial de la joven en Versalles. Acontecimiento que  Ortí y Brull describe con detalle.
Para empezar, y conforme al protocolo versallesco, la familia de la interesada manifestaba su interés porque esta fuera  recibida por el monarca. A continuación, tras expresar  este su complacencia, designaba madrina y damas acompañantes. En este caso tales cargos recayeron en  la condesa de Fuentes,  madre de Manuela, en la condesa de Egmont y en la princesa Pignatelli, esposa de su hermano Luis e hijastra de aquella.

La corte de Luis XV. Vicente García de Paredes (1845-1903)

Así que, llegado el día, una vez ataviada Mª Manuela con el rico vestido de corte - tontillo de cuatro metros y larga cola  desde la cintura, con  la imprescindible peluca cubierta por un  velo sujeto por  diadema de valioso joyerío - se dirigió con sus acompañantes a la carroza "de gala" que les esperaba a la puerta de su casa, donde cochero y lacayo lucían la roja escarapela  que fuera durante siglos  símbolo y representación de España. 

Y una vez acomodadas las cuatro señoras, el coche emprendió el camino.


[...] llegaron al pie de la gran escalera de Versalles, en uso de los honores del Louvre, a que, como Grandes de España, equiparados a los Duques de Francia, tenían derecho, y, descendiendo allí, fueron recibidas por cuatro Gentileshombres en cuya compañía subieron al  primer piso, cruzaron los amplios salones cuajados de cortesanos, llegando de esta forma a donde estaba Luis XV, que se levantó para recibirlas [...]

Siguiendo los cánones de la etiqueta, hicieron las cuatro damas una ceremoniosa reverencia al Rey, pronunció la de Fuentes breves palabras y aquel, por ser la Duquesa de Fuentes Grande de España, la abrazó por ambos lados mandándola después sentar en un pequeño taburete sin respaldo que al efecto se tenía prevenido.

Finalizado el acto se dirigieron a ofrecer sus respetos al Delfín y la Archiduquesa, es decir, al futuro Luis XVI y a su esposa, Mª Antonieta. Por cierto que la referencia a esta visita nos permite afirmar que la presentación de Mª Manuela tuvo lugar con posterioridad al 15 de mayo de 1770, fecha de la boda del Delfín, pues ya la pareja se había instalado en palacio. 


Tras el protocolario saludo, los cuatro caballeros acompañaron de nuevo a las cuatro señoras hasta la gran escalera y allí se despidió el duelo. Pero no terminaron ahí las  obligaciones ceremoniales pues esa misma noche, acompañada esta vez por su padre y su esposo, acudió la joven al Salón de Juegos de Versalles, donde pudo alternar con la corte francesa en todo su esplendor.

¡Qué trance para la pobre Mª Manuela, acostumbrada a la severidad y el rigor  de los claustros madrileños, encontrarse envuelta en aquella red de intrigas  y  flirteos, entre el refinado lujo y la frivolidad de todos y los peligros del nuevo pensamiento que a tantos entusiasmaba!


A partir de ese momento vivió la duquesa en París la vida de la gran señora, concluye el señor Ortí. Y, efectivamente, aunque sin mucho interés, en opinión de ambos biógrafos, concurre  a los salones parisinos que tan de moda estaban por entonces y que con tango gusto frecuentaban los condes de Fuentes, su hermano Pepe, el libertino conde de Mora, y su propio marido, Juan Pablo Azlor. Así pudo participar en  las reuniones  de Mme. Geoffrin...




Supuesto retrato de Mme Geoffrin realizado por  Marianne Loir




... y en las de la mariscala de Luxemburgo y en las de la duquesa de Choiseul...
(Histoire de France Illustrée. Tomo II. Paris, Librairie Larousse, 1.912.)

... y en las que celebraban sus propios padres en los salones del Hôtel Soyecourt , frecuentadas especialmente por la "colonia" española en París.
Salón del Hotel Soyecourt
Pero Mª Manuela no debía entusiasmarle la vida social parisina pues, a pesar de todo, no se la encuentra con frecuencia en bailes ni saraos cortesanos.
Y no abandona sus habituales prácticas religiosas. Ella siempre  piadosa y cumplidora de sus deberes espirituales, se entrega a ellos con mayor rigor que nunca en aquel ambiente de impíos volterianos  que tan ajeno y peligroso le debía parecer.




Hasta que en 1772 su padre, enfermo  y arruinado, renuncia a su cargo y con ello a todas aquellas distinciones que habían disfrutado él y su familia en la corte de Francia.

 Pero el indudable triunfo social de los de Fuentes en Versalles (y previamente en Londres y en Turín) donde brillaron con luz propia, les había supuesto  un derroche, prodigalidad y despilfarro extraordinarios. Entregados sin freno a todas aquellas "obligaciones"  que definían la nueva sociedad - banquetes multitudinarios, bailes, reuniones de nuevos "filósofos" o interminables partidas de naipes (el juego estaba de moda y la señora condesa era, al parecer, una eminente aficionada)-  acabaron dilapidando su patrimonio. Sin olvidar el desorden que se les atribuía en el gobierno de su casa y  bienes y los gastos que sin duda suponía  la vida disipada de su hijo, el joven y viudo conde de Mora, un "calavera" de altos vuelos.
Así, enfermos y arruinados, regresan los condes de Fuentes de Ebro a España.


***
Y en las mismas fechas  abandonan también París los de Villahermosa con la excusa de un viaje "de instrucción y  recreo" a la corte de Inglaterra, un viaje muy propio de los grandes señores de la época entre los que estaba de moda aquello de "correr cortes" o sea,   hacer turismo de erudición y experiencias. Aunque en su caso el viaje enmascaraba, en realidad, las complicadas politiquerías en que andaba enredado el duque.
El viaje  fue breve y ya de regreso en España se instalan los de Villahermosa en su palacio de la localidad aragonesa de  Pedrola,  un oasis de paz para Mª Manuela tras el trasiego vivido en París y Londres. Un imponente palacio del siglo XVI cuyos ecos pueden encontrarse en el Quijote (cap. XXXI y siguientes).
Pero la amable paz campesina les duró poco a los duques porque enseguida llegaron noticias preocupantes de Madrid que les forzaron a trasladarse a la corte, donde se instalaron en una casa-palacio de la calle de las Rejas (hoy de Guillermo Rolland, una breve travesía entre la calle de la Bola y la plaza de la Marina Española, entonces conocida como de los Ministerios, a pocos pasos de la plaza de Oriente).
Y es que la enfermedad se ceba en la familia. En Valencia, donde vivía "tutelado" por su tía la marquesa de Mina - el muchacho era una buena pieza - fallece  por entonces, repentinamente, el hermano menor del duque de Villahermosa, Jorge Azlor. Mª Luisa Gonzaga, condesa de Caracciolo y de Fuentes, madre de Mª Manuela, sufre un agravamiento de la tuberculosis que arrastraba desde años atrás y entra en una  agonía que dura varios meses hasta que fallece en octubre de 1773. Meses más tarde, en mayo de 1774, en una humilde posada de  Burdeos, camino de  París, el conde de Mora - primogénito y heredero del título - muere  del mismo mal. Finalmente en 1776, muere en Madrid el padre de Mª Manuela, don Joaquín Anastasio Pignatelli.
Tras tantas penas parece que el hado se apiadó de ellos que, por un lado,  recuperan pronto su actividad social: 
 
Pasados los lutos por el conde de Fuentes, la duquesa volvió a recibir en su casa, formándose una tertulia literaria, cuya alma era don Tomás de Iriarte, y a la que acudían Ramos, Sánchez, Casalbón, García de la Huerta y otros, cultivándose la música, a la que eran muy aficionados ambos esposos, bajo la dirección del célebre fabulista, cuenta Ortí en su biografía de la duquesa.


Y por otro, tras siete años de matrimonio sin hijos, y perdida la esperanza de tenerlos,  al fin, ese mismo año de  1776, tienen una niña a la que bautizan con el nombre de Javiera. Aunque la fatalidad que les persigue se manifiesta de nuevo en el fallecimiento de la pequeña que no llegó a cumplir  los dos años.
Y entonces  Mª Manuela entra en una  depresión que la perseguirá durante meses y no la abandonará ni siquiera cuando en enero de 1779 se encuentra de nuevo en París, donde los duques de Villahermosa presentan sus respetos a Luis XVI y Mª Antonieta, ya reinantes, escala obligada de la pareja en su viaje a Turín para tomar posesión como embajadores del Borbón Carlos III ante la corte de Víctor Amadeo III. 
No es Javiera, claro, sino la Infanta Carlota Joaquina de Borbón, hija primogénita de Carlos IV y Mª Luisa de Parma
(Mengs, Retrato de la  Infanta Carlota Joaquina de Borbón (1775-76)




Tras la nueva temporada parisina, en la que el duque renovó su vida social con gran entusiasmo, Mª Manuela volvió a quedar embarazada, a pesar de lo cual no dudó en emprender  viaje  junto al duque rumbo a su nuevo destino. Y el 15 de febrero de 1779, a la 11 de la mañana se puso en marcha la comitiva:
Pasaron los Duques los Alpes en litera, por el Port-Cenis, llevando consigo más de setenta hombres y cincuenta acémilas que conducían los equipajes, la servidumbre y los coches desmontados.
Veintinueve días duró el viaje.
Y al cabo encontró el duque una corte severa y poco ostentosa que solo prometía largos días de aburrimiento.
Instalados en el palacio del marqués de Breset, pronto organizó el duque la recepción a la que le obligaba la etiqueta diplomática: durante tres días desfilarían por sus salones los miembros del Cuerpo Diplomático y la nobleza local. Tal ceremonia, que se celebró con gran lujo y aparato, no era un problema para Juan Pablo Azlor que disfrutaba por entonces de una sustanciosa renta anual de dos millones de reales y contaba con una servidumbre formada por cuarenta y nueve criados, diecinueve de los cuales eran de librea y otros diez "gentileshombres".
Mientras tanto Mª Manuela, alegando "las penalidades de su estado", vivía recluida haciendo una vida de retiro y devoción, posponiendo sus obligaciones protocolarias para después del parto. Y fue entonces cuando recibió una visita inesperada: la de su tío, hermano de su padre, el ex-jesuita José Pignatelli, que llegó a casa de los duques en julio de 1779 en compañía de su hermano Nicolás, también miembro de la Compañía de Jesús.
Fue José Pignatelli quien convenció a la duquesa de que olvidara sus proyectos de vida retirada y piadosa:
Ella era esposa, iba a ser madre y era Grande de España así que, si quería ser santa, debía esforzarse en cumplir  con la mayor perfección con los deberes que estas tres condiciones le imponían y dejarse de tanto rezo.



¡Vaya por Dios, que ni su tío el santo dejó a la pobre Mª Manuela llevar la vida tranquila y sencilla que por las trazas le gustaba!



Dio a luz Mª Manuela en julio un niño con toda felicidad y, tras pasar el caluroso verano turinés en una casa de campo de las que  era frecuente poseyera la nobleza de aquella región conocidas como casinas que arrendó el de Villahermosa al marqués de Meana,  la familia regresó a la corte en el mes de septiembre, celebrándose entonces el bautizo solemne del pequeño, que fue apadrinado por el mismísimo Víctor Amadeo III, cuyo nombre tomó.
Joshua Reynolds (1723 – 1792) La duquesa de Devonshire y su hijo (1786). No son tampoco Mª Manuela y su pequeño Victorio Amadeo, pero podemos imaginarlos disfrutando de alguna escena parecida.
Tenía el niño a su servicio dos amas: una que le amamantaba de ordinario y otra de repuesto que le daba el pecho cuando la primera se indisponía o simplemente se alteraba; un aya venida de España llamada doña Luisa Montoya encargada del gobierno inmediato de cuanto al niño se refería; una criada y un comadrón que dirigía las frecuentes mudanzas de fajitas y pañales y enseñaba a las nodrizas los modos y posturas de llevar al niño en brazos.


El  niño se convierte a partir de entonces en el eje en torno al cual gira la vida de los duques. Y el volteriano Juan Pablo Aragón, el hombre de mundo, el intrigante político aragonés,  en un padre entregado por completo a él.
 Mª Manuela seguirá los consejos de su santo pariente y compaginará sus devociones con sus obligaciones sociales como embajadora. Atenderá con soltura a los frecuentes invitados que reciben su mesa y su casa, asistirá a la corte turinesa cuando el protocolo lo requiera, e incluso a algunos bailes en los salones de la nobleza  y no solo acudirá a las "asambleas", nombre con el que se conocía en Turín a las tertulias nocturnas tan de moda en todos los salones europeos,  sino que las organizará en su propia casa que se convertirá pronto en el centro de la vida social de la nobleza.
Los domingos había siempre comida a la que asistía por turno el Cuerpo Diplomático; los miércoles, "asamblea" que duraba de  seis a diez de la noche y en determinadas fiestas o solemnidades o en obsequio de altos personajes, grandes convites que no bajaban de sesenta cubiertos...
Y tuvo otro hijo. Una niña que se llamó María y fue apadrinada por el padre Pignatelli en cuyos brazos falleció a los cuatro meses de edad a causa del sarampión.
Pero el rico patrimonio de los Villahermosa se encontraba en España y las ausencias de estos tenían un tanto abandonado su cuidado, así que  el duque pide licencia al rey, que se la concede, y en octubre de 1781 encontramos a la familia de nuevo en Pedrola para trasladarse enseguida a Madrid donde decide el duque arrendar una rica posesión con un extenso jardín y huerta en el pueblo de Fuencarral pues el pequeño Víctor Amadeo era un niño débil cuya salud preocupaba grandemente a sus padres, y allí instaló al pequeño con la necesaria servidumbre y allí  se recuperó y robusteció para alegría de todos.
Pero el duque tenía que volver a Turín, donde le reclamaban sus obligaciones. Y quedó Mª Manuela sola en Madrid encargada del gobierno del rico patrimonio familiar.
Comprendiendo con su elevado talento que, ausente su marido, debía ella reemplazarlo en la representación de su casa, abandonó la vida retraída que llevaba e hizo visitas a los personajes más elevados de la corte; comió en embajadas y Nunciatura; se entrevistó con Floridablanca, Campomanes y otros ministros; acudió a Palacio a besar la mano del Rey; e incluso se presentó en oficinas para agilizar asuntos que interesaban a su marido...
Y, resueltas todas aquellas gestiones que la retenían en Madrid, viaja a Turín para reunirse con el duque. Era junio de 1783. 







Pero la tensión acumulada tras tanta actividad,  las fatigas del viaje, el inmediato cumplimiento de las  obligaciones cortesanas en Turín, la intensidad de sus dedicaciones piadosas, su propia debilidad, o quizá la suma de todos estos factores acaban enfermándola gravemente hasta el extremo de recibir la extremaunción. Incluso llega a perder la razón, entrando en un estado de locura que preocupa mucho a su esposo quien pide licencia al rey para volver a España hacia donde  los duques emprenden el regreso en septiembre de aquel mismo año.
Tras una larga temporada en su palacio de Pedrola, en septiembre de 1785 regresan los duques a Madrid, ya totalmente restablecida Mª Manuela, nuevamente embarazada.
Y por fin se instalan en su palacio de la Carrera de San Jerónimo que adquirido en 1771 al abate Pico, como ya sabemos, había sido  reformado y ampliado durante los años de estancia de los duques en Turín. Obras que en un principio piensan encargar al arquitecto de moda, el neoclásico Juan de Villanueva. Pero el presupuesto de Villanueva, millón y medio de reales, les parece un disparate, por lo que se encarga la obra a Manuel Martín Rodríguez, sobrino (o quizás hijo natural) y discípulo del ilustre  Ventura Rodríguez. Aunque no parece que llegara a ejecutarla.

Poco tardó Mª Manuela en dar a luz un nuevo niño  que fue bautizado en la parroquia de San Sebastián, en la calle de Atocha, imponiéndosele el nombre de José Antonio, en memoria de su tío-abuelo el padre José Pignatelli.
Fueron años de retiro y devoción para Mª Manuela y de dedicación del duque a sus labores literarias y a la administración de sus muchas propiedades que se extendían por Aragón, Valencia, Castilla y  Navarra.
El 18 de septiembre de 1790 fallece en su casa de Madrid Juan Pablo Aragon Azlor, XI duque de Villahermosa, rodeado de su familia.
Mª Manuela tiene 38 años y tres hijos de corta edad, un inmenso patrimonio que administrar y un enorme palacio en el salón del Prado que era ya su casa.

















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