domingo, 28 de febrero de 2016

1.4 Y con el duque, la duquesa...

  
Doña Mª Manuela Pignatelli de Aragón. Vol. II. La duquesa de Villahermosa
Vicente Orti y Brull, Madrid, 1896

   Si en nuestra entrega anterior presentamos al señor duque de Villahermosa, y vimos que fue el comprador y responsable de la  remodelación del caserón construido por la duquesa viuda de Atri en la Carrera de San Jerónimo donde hoy se ubica el Museo Thyssen,  ahora nos aprestamos a investigar  la figura de doña María Manuela Pignatelli de Aragón y Gonzaga, su esposa, cuyo papel en esa aventura no tuvo  importancia menor.
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   Fue  doña María Manuela un interesante personaje de  activa participación en la reforma  definitiva del que será conocido hasta nuestros días como  palacio de Villahermosa; ella fue  quien decidió su reestructuración definitiva  y dio peculiar sentido a la vida que  se desarrolló en sus salones en los primeros años del siglo XIX, y no el duque, que tuvo la desdicha de fallecer en 1791 y solo lo ocupó unos pocos años.
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   En la biografía de la duquesa que Vicente Ortí y Brull publicó a finales del siglo XIX se insertan dos grabados con su imagen. En el primero, que encabeza este artículo, se nos presenta a los 26 años aunque lo contradiga la severidad de su gesto y su vestido. Era por entonces una mujer decididamente seria.

Biografía de la duquesa de Villahermosa.
Vicente Ortí y Brull (Madrid-1896)


 En esta otra imagen, probablemente anterior a la primera,  se nos ofrece muy joven, ataviada con aparente sencillez, con su pudorosa manteleta  y su cofia (emplumada, eso sí) sobre la imprescindible peluca. Un guiño al atuendo de las mujeres burguesas propio de los tiempos turbulentos y revolucionarios que se dieron en Francia a partir de 1789 . Y de sus prolegómenos. Podemos, pues, aventurar que se trata de un retrato de sus años parisinos en los primeros tiempos de su matrimonio.
Y obsérvese que si en algo coinciden los dos retratos es en  la melancolía del gesto y la mirada.
 ¡Tan joven y tan triste!
Aunque no es extraño pues  la vida de Mª Manuela estuvo jalonada de experiencias  singulares  que le dieron una peculiar infancia y juventud y con el tiempo la convirtieron en una  mujer fuerte y decidida,  digna de la atención de varios biógrafos, como el citado Vicente Ortí y Brull (Madrid, 1896) o el padre Luis Coloma (Retratos de antaño, Madrid, 1895).

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Para empezar, la infancia de la duquesa no debió ser especialmente feliz. 
Vino  al mundo el 25 de diciembre de 1753 en la casa familiar de los condes de Fuentes en la villa aragonesa de Fuentes de Ebro, un suntuoso palacio del que no quedan restos pues  durante la Guerra de la Independencia sirvió de fortín a las tropas invasoras y fue prácticamente destruido. Sus padres fueron don Joaquín Atanasio Pignatelli de Aragón y Moncayo, conde de Fuentes, y su madre doña Mª Luisa Gonzaga y Carracciolo, duquesa de Solferino.
Mª Manuela se crió lejos de ellos, a los que apenas conoció, pues cuando tenía unos meses  hubieron de trasladarse a Turín para ocupar allí la embajada de España y la niña quedó al cuidado de un tío suyo, hermano de su padre, Capellán Mayor del madrileño monasterio de la Encarnación,  que cuidó de ella, solícitamente,  como pudo. Es lógico imaginar que no es un probo sacerdote la persona más indicada para criar a una niña, así que fueron   nodrizas y niñeras, "manos mercenarias", dice uno de sus biógrafos,  las que se ocuparán de ella hasta que cumplió
cuatro años. Entonces,  el bueno de don Vicente, que ese era el nombre de su tutor, decide  ingresarla en el recién inaugurado monasterio de las Salesas Reales  donde se educaban por entonces "las hijas todas de casas grandes", en palabras de Luis Coloma.


Monasterio madrileño de las Salesas Reales. En sus muros todavía puede leerse esta inscripción:

 "Fernando VI y María Bárbara erigieron y dedicaron en el año 1757 este lugar sagrado a la memoria de la Visitación de la Bienaventurada María Isabel, para educar doncellas nobles en religión y tradición patria".
No pretendían  sus padres, que de la embajada de Turín habían pasado a la de Londres y de esta a la de París,  que la pequeña entrase en religión,  así que,  como tampoco  parecía que el Señor la llamara por tal camino, cuando tuvo quince años decidieron, por aquello de que "conociera el mundo", que se trasladara a vivir con su hermana mayor Mª Francisca, que a los dieciséis años  se había casado (1763) con D. Antonio Fernández de Córdoba,  duque de Medinaceli, cuarenta y tres años, nada más y nada menos, mayor que ella. Y en su magnífico palacio del Salón del Prado, esquina a la Carrera de San Jerónimo, habitaba.
Pero a MªManuela le persigue la desgracia y el mismo año en que se instala en el palacio de Medinaceli (1768), fallece el  duque dejando viuda a la joven Mª Francisca, que poco sobrevive a su señor esposo, pues unos meses más tarde (1789)  fallece también. De viruela. Tenía 21 años.

El cuadro de Anton Raphael Mengs...

 (Fundación Casa Ducal de Medinaceli)




...presenta a Mª Francisca Pignatelli, duquesa de Medinaceli y hermana mayor de Mª Manuela, en todo su esplendor,  luciendo un precioso traje de seda adamascada, encajes, joyas y peluca,  con un abanico en su mano derecha y abandonando sobre la falda la mano izquierda que sostiene  una enigmática nota cuyo significado lamentablemente se nos escapa. Porque seguro que alguno tiene...



Así que queda de nuevo sola la joven Mª Manuela, siendo 
 entonces acogida en casa de Pedro Pablo Abarca de Bolea, conde de Aranda, presidente por entonces del Consejo de Castilla y mano derecha de su majestad Carlos III, donde vivía su hermano mayor, José María Pignatelli, conde de Mora, viudo de una hija del conde (Mª Ignacia del Pilar Abarca de Bolea). 
Allí es cariñosamente acogida por Ana María del Pilar Fernández de Híjar, primera esposa del conde, mujer piadosa y medio pariente de  Mª Manuela.
Mientras tanto, en París, donde ejercía por entonces el conde de Fuentes sus labores diplomáticas, se concierta el matrimonio de MªManuela con  Juan Pablo de Aragón-Azlor, XI duque de Villahermosa, agregado a la embajada y buen amigo, y protegido, de los de Fuentes.
El 1 de junio de 1769 se celebra la boda.
Por poderes.
Tuvo lugar la ceremonia en Madrid, en la citada casa-palacio  del conde de Aranda, un enorme caserón  situado en la calle Fuencarral de Madrid,  frente al Hospicio, en el solar donde en el siglo XVI estuvo la quinta del Conde de Vocinquerra de Arcos,  en tiempos de Fernando VII, un cuartel de Guardias de Corps, y desde 1934 - hasta el presente - la sede principal del Tribunal de Cuentas.

Ortí y Brull , dejando volar la imaginación, describe  la boda como una muestra del "carácter ostentoso y espléndido" del conde de Aranda [entonces en el candelero político por su intervención  en relación con el motín de Esquilache (1766)  y con la expulsión de los jesuitas (1767)] que dio a la fiesta todo el brillo y solemnidad que pudo. Que era mucho.
Al anochecer del día 1º de junio de 1.769, gran número de pajes, lacayos y mozos de litera, en unión de muchos carruajes y no pocas sillas de mano, se apostaban delante de la casa,un suntuoso palacio del siglo XVII ...

Paris from the earliest period to the present day, William Walton (Philadelphia, 1902)
[...] Una numerosa concurrencia de los dos sexos llenaba sus amplios salones...


...despojados, no hacía mucho,  -aclara el señor Ortí - de su severa decoración barroca de tapices y bargueños, sillones de cuero de Córdoba, armaduras y espejos venecianos, que habían sido sustituidos, a impulsos de la nueva moda rococó, por  brillantes cornucopias,  sillas de dorada armadura y tapicerías bordadas con delicados paisajes,  telas listadas en las paredes, alfombras de  Gobelinos cubriendo los suelos y otras maravillas, objetos todos de admiración y novedad para la mayor parte de los allí congregados, quienes,  en opinión del señor Ortí y Brull,  eran nobles, sí,  pero poco "viajados" y, por lo tanto, ignorantes  de las nuevas tendencias estéticas que se extendían por Europa. Aunque no de las nuevas corrientes  indumentarias:
Lucían las damas ricos trajes de brocado con rayas y flores, redondos tontillos, valiosas joyas, pelo empolvado y peinados de muy regulares dimensiones, última palabra de la moda francesa por aquel entonces...

...y los hombres sendas casacas de terciopelo recortado, con bien cumplidas chupas de raso,brillantes uniformes, amplias togas, o crujientes manteos, todo revuelto con cruces, encajes y veneras.


Fue madrina de la desposada la condesa de Aranda quien recibió a los asistentes aquella noche con su tradicional y sencilla cortesía castellana.
Entre los invitados se encontraban  doña Escolástica Gutiérrez de los Ríos, duquesa de Béjar, hija del conde de Fernán-Núñez, famosa en los salones "por su gracia y natural despejo", y antigua compañera de Mª Manuela en las Salesas; y la  hermana del duque de Alba, Mª Teresa de Silva y Álvarez de Toledo, casada con el duque de Berwick; y la duquesa de Tavara, venida expresamente desde Guadalajara para la ceremonia; y la marquesa de Grimaldi, esposa de Jerónimo Grimaldi, primer secretario de Estado y de Despacho de Carlos III y buena amiga de los de Fuentes;  y la duquesa de Huéscar, lejos de imaginar que, con el tiempo, sería segunda esposa del conde de Fuentes y madrastra, por lo tanto, de Mª Manuela; y doña María Pimentel, condesa de Atarés, y doña Mª Josefa, condesa-duquesa de Benavente, que con el tiempo, convertida en duquesa de Osuna, sería mecenas de Goya y Moratín y artífice del precioso palacio y parque de El Capricho ... Y muchas otras que con su presencia aumentaron el brillo y grandeza de la ceremonia.
Y junto a tan ilustres señoras, los caballeros, no menos ilustres,  casi todos afrancesados y hasta volterianos consumados, como el duque de Alba, don Fernando de Silva, amigo íntimo y admirador de Voltaire y Rousseau y por tanto  irreconciliable enemigo de los jesuitas; o los  ilustrados ministros Manuel de Roda y Pedro Rodríguez Campomanes, que, en opinión de Ortí, bien recordarían las reuniones y conciliábulos celebrados entre aquellas mismas paredes para pergeñar la expulsión de los hijos de san Ignacio; y el general irlandés Alejandro O'Reilly, incorporado al ejército español en 1760; y el caballerizo mayor de Carlos III, duque de Medinasidonia; y el embajador de Francia; y don Juan Antonio Muniaín, ministro de la Guerra, miembro destacado del "partido aragonés" y famoso por el tamaño descomunal de sus pelucas, lo que le acarreaba no pocas bromas; y el duque de Béjar, sumiller de Corps, buen humanista y discípulo aprovechado de don Tomás de Iriarte; y el conde de Fernán Núñez, vistiendo el uniforme de coronel del Inmemorial del Rey; y el vienés  Hieronymus Joseph Franz de Paula Graf Colloredo von Wallsee und Melz, embajador imperial en Madrid ; y también el embajador de Suecia, barón Federico Ulric de Friesendorf; y hasta nuestro conocido abate, don Alessandro Pico de la Mirandola, estuvo en la boda, pues, entre otros méritos,  era pariente de Mª Manuela por línea materna... Y otros muchos que por cortesía o deber acudieron a la invitación del conde de Aranda, a la sazón en el apogeo de su gloria.



Dos días después de la ceremonia, el 3 de junio, salió Mª Manuela de Madrid rumbo a París acompañada de su hermano José Mª, conde de Mora, y de su cuñado, Jorge Azlor, hermano de su reciente esposo.
Componían la comitiva tres coches y quince caballos, y a ella se agregó el conde de Aranda, que por honrar a su esposa en sobrescrito quiso acompañarla hasta Alcalá, término de la primera jornada, llevando gentes de su escolta. Duró el viaje, harto rápido para aquellos tiempos, dieciocho días consecutivos, y el 20 de Junio llegaron a Meung, apeándose en el palacio del obispo de Orleans, donde esperaba éste a la desposada, en unión de la condesa de Fuentes, madre de ella, y de su desconocido esposo el duque de Villahermosa.
 Coloma dixit.

Durante aquel largo viaje, su hermano, el muy libertino conde de Mora (corrompido en sus costumbres, pervertido en sus ideas, hermoso en su aspecto, seductor y elegantísimo en su lenguaje, tratos y maneras, según afirma el padre Coloma) y el hermano de su esposo, Jorge Azlor,  su discípulo incondicional y otro que tal baila,   no dudaron en revelar  a la inocente  Pignatelli -aún no había cumplido los dieciséis años -  las deliciosas perversiones de la corte de Luis XV ... 
 ...desplegando a la vista de su hermana la magnificencia de la corte de Versalles, los placeres de la vida de París, tan ponderados hoy como entonces, y el brillo y esplendor que habían de prestar a la Duquesita en aquella sociedad, la más fastuosa, corrompida y elegante de su tiempo, su nombre, su juventud y sus riquezas...
Y así llega, perpleja y asustada,  la joven Mª Manuela a la cuna de todo vicio, la raíz de todo pecado, el escenario más resbaladizo, la nueva  Babilonia,   que todo eso era para el padre Coloma  el París de la Francia en aquellos tiempos.
Universidad de los siete pecados capitales, llega a llamarla el jesuita convencido de que una sociedad presidida en sus salones por la depravada Du Barry y en el pensamiento de sus filósofos por el perverso Voltaire, era necesariamente un foco de pecado y perdición ante el que la nueva duquesa de Villahermosa debía alzar todas las defensas morales que la severa educación recibida le prestaba para salvaguardar su virtud y la salvación de su alma.
Para Ortí, sin embargo, el problema tenía otra dimensión, pues a las indudables tentaciones que amenazaban a la jovencita, dados el descreimiento general y la relajación de costumbres imperantes en la corte de Luis XV, había que añadir el esfuerzo que había de realizar para adquirir las habilidades sociales  que le permitieran integrarse en la sociedad de Versalles como exigían  su rango y condición, siendo como era hija y esposa de personas de gran peso en la corte y los salones parisinos.
Era necesario que pronto dominara la exigente etiqueta versallesca, los más imperceptibles ademanes de los coreográficos bailes cortesanos, el arte de la conversación, que nunca podía dejar de ser agradable e ingeniosa. Incluso tendría que aprender a llevar con desembarazo y elegancia el tontillo, el peto y la peluca, con sus barcos, castillos, pájaros, plumas y flores formando enormes "promontorios" de equilibrios imposibles,  para no caer en el ridículo y el consiguiente ostracismo social.
Los libros de gastos del duque de Villahermosa en París, custodiados en el Archivo de Villahermosa, que consulta Ortí y Brull, ofrecen datos acerca de los gastos del duque en profesores de baile y francés que iniciaron a la duquesita en los conocimientos indispensables de ambas destrezas. Y este mismo biógrafo imagina a su madre, la señora embajadora, como maestra insustituible en el arte de vestir los exagerados atuendos que la etiqueta versallesca exigía.









 
  


martes, 16 de febrero de 2016

1.3 Entra en escena el duque de Villahermosa


Retratos de antaño, P.L.Coloma (Madrid, 1895)
Juan Pablo de Aragón-Azlor y Zapata de Calatayud
nació el 24 de enero de 1730 en la localidad de Pedrola, provincia de Zaragoza, en el seno de una antigua y noble familia aragonesa.
(Un reportaje profusamente ilustrado del palacio ducal de Villahermosa en Pedrola puede consultarse en
Huérfano de madre a los tres años, su padre, Juan José de Azlor y Urríes, fallece cuando él tiene dieciocho. Desde entonces será Grande de España y ostentará varios títulos nobiliarios como los de IV conde de Guara, VIII conde de Luna, XI conde de Cortes, señor de la baronía  de Panzano, XIV señor de La Zaira (Zaragoza), etc. Será en 1761, al fallecer su tío, José Claudio de Aragón Gurrea y de Castro, soltero y sin sucesión, cuando se convierta, además, en XI duque de Villahermosa.
Manuel Ovilo y Otero, en sus Memorias para formar un catálogo alfabético de los españoles, americanos y extranjeros célebres que más se han señalado en España desde el año 1200 hasta nuestros días, en todas las carreras, erudito trabajo publicado en Segovia en 1854, incluye a don Juan Pablo entre los españoles más señalados de su tiempo y dice de él:
[...] distinguido humanista, cursó en la universidad de dicha ciudad (Zaragoza) artes y jurisprudencia con mucho aprovechamiento, hizo también progresos en literatura, ciencias exactas, historia y otras cosas dignas de estudio, haciéndose por medio de esto tan importante en la república de las letras que mereció especial mención por D.Antonio Pellicer en su dedicatoria del Ensayo de una Biblioteca de Traductores Españoles (Madrid, 1778)
Efectivamente, en la dedicatoria de su Ensayo, Pellicer se dirige  al señor duque de Villahermosa en los siguientes términos: [...] ¿Quién ignora que entre las tareas literarias de V.E. ocupa un lugar principalísimo el estudio de la erudición nacional, el cultivo y perfección de nuestro idioma y el conocimiento de los buenos y curiosos libros? Noble y honesto exercicio que basta por sí solo para hacer a V.E. tan ilustre y distinguido en la República de las Letras como lo es por el alto lugar que ocupa en la Grandeza [...]
Miembro destacado del muy aristocrático y reformista "partido aragonés", encabezado por el conde de Aranda, presidente del Consejo de Castilla (1766-1773), fue generalmente reconocido como intelectual y estudioso de prestigio. Y como simpatizante del pensamiento enciclopedista de los nuevos filósofos. Fue académico de número de la Real Academia Española, de la Real Sociedad Vascongada de Amigos del País y de la Academia de Buenas Letras de Sevilla, consiliario (consejero) de la Real Academia de Nobles Artes de San Fernando y socio y protector de la Real Sociedad Aragonesa de Amigos del País. Y, además, caballero de la orden del Toisón de Oro y gentilhombre de cámara de S.M. Carlos III, con ejercicio. Y, por si todo esto fuera poco, fue también curioso viajero, habiendo emprendido en su juventud un famoso viaje a la Corte Imperial (Viena) donde ejercía labores diplomáticas (1750-1754) su tío, don Antonio de Azlor,  durante el cual escribió un "diario" con interesantes observaciones literarias y artísticas; diario que no dejó de escribir hasta pocos días antes de su muerte.


Conocidos fueron sus amores con María Ladvenant, muy estimada primera actriz de los coliseos madrileños, admirada por Cadalso, Moratín y Jovellanos, que murió en 1767, a los 24 años, abandonada por su protector, el señor duque, que la dejó en una deplorable situación económica, quedando desamparados sus 4 hijos de corta edad - de confusa paternidad -  quienes fueron acogidos en varias casas de la aristocracia madrileña.






Grabado anónimo. Museo del Teatro (Almagro)


Pero el acontecimiento que marcó su vida decisivamente fue sin duda su nombramiento (1764) como agregado del embajador de España en París (1764-1773), conde de Fuentes, que también formaba parte del ilustrado grupo de Aranda. En esta época comenzó a reunir una biblioteca que años más tarde sería considerada de las más importantes de Madrid. Y una valiosa colección de "estampas" o sea, de grabados, pues entre sus proyectos se encontraba el de elaborar una "historia del grabado desde sus orígenes".


Precisamente será en París donde entre en contacto con los círculos enciclopedistas de D'Alambert y Voltaire, alcanzando el privilegio de obtener permiso para leer libros prohibidos. Allí asistió a los salones donde se debatían las nuevas ideas y se relacionó con las primeras figuras del enciclopedismo ilustrado.


Salón de Mme Geoffrin (París)

En mayo de 1769, casi cuarentón, concertó con el embajador conde de Fuentes, Joaquín Atanasio Pignatelli de Aragón y Moncayo, su boda con la hija del conde, doña María Manuela Pignatelli  Gonzaga, a la que ni siquiera conocía. Y en París vive la pareja los primeros años de matrimonio, frecuentando la corte de Luis XV, los círculos enciclopedistas y el salón de  Mme Geoffrin, insertos ambos  en una auténtica vorágine cortesana, intelectual  y política, muy del gusto de don Juan Pablo pero poco agradables, en opinión del jesuita padre Coloma (Retratos de antaño. Madrid, 1895), para la “monjita Pignatelli”, como era conocida la joven esposa del duque en los ambientes mundanos.
Porque la joven Pignatelli, criada austera y honestamente en el convento de las Salesas Reales de Madrid, siempre rechazó los excesos de Versalles en cuya sociedad sus padres jugaban un activo papel, así como, por supuesto, los ambientes intelectuales en los que tan a gusto navegaba su señor marido...









...quien, entre 1778 y 1783 reanudará sus labores diplomáticas en el extranjero, empeñado Floridablanca en alejarle de la corte,  temeroso de las intrigas que se le atribuían como miembro destacado del grupo reformista de Aranda. Esta vez el destino fue el reino de Cerdeña, regido entonces por la casa de Saboya. Bien entrenado en  Versalles se distinguió en Turín  por la esplendidez y fastuosidad de las fiestas que ofrecía.
Pero en 1783 se le concede el retiro al duque y con ello cesa su actividad política. Es entonces cuando decide instalarse en Madrid. Y   para ello  había adquirido en 1771 el caserón de la duquesa viuda de Atri en la carrera de San Jerónimo, frente al Salón del Prado, donde emprenderá importantes reformas cuando logra salvar las dificultades que se le presentan para deshacerse del heredero de la duquesa,  el abate de la Mirándola, que tardó varios años en abandonar el inmueble alegando dudosos problemas de salud. Y es que , sin duda, no quería dejar aquella casa que tanto había significado para él y para su amada Leonora.

martes, 2 de febrero de 2016

De un lamentable - e increíble - suceso


Leonor Pío de Saboya, duquesa viuda de Atri y “vergonzante” esposa  en segundas nupcias  del señor abate don Alessandro Pico della Mirándola, era hija de Francisco Pío de Saboya y Moura, marqués de Castel-Rodrigo que murió  en Madrid la lluviosa tarde del 15 de septiembre de 1723 en peculiares circunstancias que hacen de su fallecimiento un hecho memorable en la pequeña historia madrileña.  

            Y son precisamente esas circunstancias el tema de esta impertinente divagación, traídas  a colación para entretenimiento e ilustración del curioso lector.

            Vayamos a ello.

 ***

            Quien guste de pasear hoy día por el madrileño paseo de Recoletos disfrutará de una amplia avenida que se extiende a lo largo de unos quinientos metros desde la plaza de la Cibeles a la plaza de Colón recorrida por una sombreada alameda que permite al viandante disfrutar de un singular espacio urbano acompañado del atípico concierto de los estruendos automovilistas y otras maravillas.






Pero no siempre fue así...


(Hª de la Villa y Corte de Madrid, J.Amador de los Ríos y J. de Dios de la Rada (M.1862)


Ese hipotético paseante  debiera saber que se encuentra en el espacio que ocupara el parque público
más antiguo de Madrid, urbanizado en tiempos

de Carlos III con proyecto de José de Hermosilla y Ventura Rodríguez quienes, por iniciativa del conde de Aranda, diseñaron a lo largo de la década de 1760 la remodelación del paseo, un hermoso espacio ajardinado, un auténtico “salón”, plantado de árboles y adornado con bancos y fuentes, por cuyo centro discurría el famoso arroyo del Prado cruzado por numerosos puentecillos cuyo comienzo se encontraba en la puerta de Atocha y  su final en la de Recoletos, hermosa puerta barroca abierta en 1756  reinando Fernando VI, que vino a sustituir el modesto portillo que se abría en la vieja cerca levantada por Felipe IV próximo al convento de frailes agustinos recoletos que dio nombre a la zona, en cuyo solar, por cierto, se levanta hoy la Biblioteca Nacional.










 

Fuente de la Alcachofa y, al fondo, puerta de Atocha (1769)
































Puerta de Recoletos (1756)






El extenso paseo se organizaba, en la práctica, en tres tramos:   el paseo de Atocha, el paseo del Prado y el paseo de Recoletos siendo este último el que interesa a nuestro propósito, pues fue allí, entre el Real Pósito de la Villa y las huertas del convento de Recoletos, donde, en la década de 1670,  doña Catalina Vélez de Guevara, condesa de Oñate, construyó una de aquellas casas-jardín a las que tan aficionada fue  la nobleza madrileña en los esplendores del Real Sitio del Buen Retiro. En 1846 la posesión fue vendida por los herederos de la condesa  al marqués de Salamanca que pagó por ella 800.000 reales de vellón y construyó en su solar un nuevo palacio, pero hasta entonces la casa fue habitada por sucesivas generaciones de condes de Oñate y marqueses de Montealegre que unas veces la ocuparon y otras la tuvieron alquilada a personajes de alcurnia.
     La casa se encontraba rodeada de huertas y jardines, y el subsuelo de la finca estaba recorrido por importantes “viajes de agua”. Además se encontraba muy cercana al caudaloso arroyo del Prado que recibía las aguas de numerosos  manantiales y regatos, como el que bajaba desde las huertas del convento de Recoletos o el que discurría por el cercano camino de Alcalá.
     Las frecuentes roturas y averías  de los “viajes de agua” y la falta de una adecuada canalización de regatos y arroyuelos daban lugar con cierta frecuencia  a la formación de lodazales y encharcamientos que dificultaban el tránsito por la zona. No digamos ya el peligro que representaban tormentas y aguaceros, tan frecuentes en otoño y primavera, cuya violencia llegaba a provocar que las aguas desbordaran el cauce del arroyo principal y anegaran las zonas limítrofes produciendo toda clase de desperfectos y problemas. 


1: Convento de Agustinos Recoletos; 2: Espacio donde se edificó hacia 1675  el palacio de los condes de Oñate; 3: Real Pósito de la Villa 
Plano de Nicolás Chalmandrier (1761)

  El día que señalamos, 15 de septiembre de 1723, cumplía 35 años Francisco María Pico de la Mirándola, IV duque de la Mirándola, aristócrata italiano que había luchado en las filas borbónicas durante la guerra de Sucesión española, ganándose las simpatías del rey Felipe V quien, acabada la contienda, lo llamó a la corte y lo nombró Caballerizo Mayor, convirtiéndose en un respetado cortesano en el entorno del monarca.

    Estaba casado con la hija de un Grande de España, Mª Teresa Spínola y de la Cerda - tía materna de Leonor Pío de Saboya, por cierto - hecho este que consolidó su posición en la corte española.

    Y, casualidades de la vida,  uno de sus hermanos, Giovanni Pico, marqués de Quarantoli, era el padre de Alessandro, el enamorado de Leonor. Así que esta sencilla indagación nos proporciona un nuevo dato sobre la pareja: los enamorados eran… ¡primos por partida doble! Una nueva razón para mantener “en secreto” su relación, por legítima que esta fuera. Los casamientos entre primos no estaban muy bien vistos en España por aquel entonces.

    Pues bien, vivía por entonces el señor de la Mirándola (don Francisco) “de alquiler”  en el antiguo palacio al que aludíamos antes propiedad de los condes de Oñate  en el paseo de Recoletos donde aquella tarde de septiembre se había reunido un nutrido grupo de eminentes caballeros que habían acudido a transmitir al duque sus más efusivas felicitaciones en día tan señalado, entre los que se encontraba su cuñado, el marqués de Castel Rodrigo, padre de nuestra protagonista.

La reunión tuvo lugar en alguna de las habitaciones de confianza situadas en la planta baja (cuarto nuevo, antesala del señor Conde de Oñate, alcoba, pieza de recámara, tocador, estrado, guardarropa…), reunión que  Doña Mª Teresa, la señora condesa,  abandonó pronto  en compañía de una criada para cumplir con sus devociones piadosas en el  oratorio de la casa.
    En la sala quedó el grupo de caballeros en amable tertulia o quizás entregados a los naipes u otro juego de mesa de los que tan de moda estaban por entonces.
    La casa se abría sobre el paseo a poca distancia del arroyo del Prado  y a la trasera se extendían  sus dos jardines, el "grande" y el "chico" y una huerta con sus albercas, norias y acequias, además de hallarse recorrido el subsuelo de la finca por tuberías y canales de varios viajes de agua de deficiente construcción .






Esta abundancia de agua en la zona (regatos superficiales y cañerías subterráneas),  ya había dado lugar en múltiples ocasiones a averías y desperfectos en tapiales y medianerías anegando sin control huertos y jardines.Aasí pues no era nada nuevo que estos, e incluso la tapia que los encerraba,  sufrieran destrozos a causa del líquido elemento.
 Pero lo de aquella tarde excedió todo lo conocido cuando se desató una terrible tormenta y el arroyo del Prado se desbordó y además el agua de regatos y conducciones se deslizó en tromba ladera abajo  llegando a tirar la tapia que rodeaba la posesión e incluso parte de los muros de la casa, entrando violentamente en ella e inundando los salones del noble palacio, provocando un aterrado desconcierto y la desbandada consiguiente de  los invitados, alguno de los cuales quedó aprisionado contra las ventanas y otros hubieron de ingeniárselas para salvarse de la furiosa inundación agarrándose como pudieron a las rejas de las ventanas o subiéndose sobre el techo de los coches estacionados en patios y cocheras, chapoteando sin pericia entre los lodos y los árboles caídos y  saliendo, en algunos casos, con múltiples heridas y contusiones.
Aunque no todos  lograron salvar la vida.
 Nada mejor que el testimonio directo que ofrece la Gaceta de Madrid en su número del  21 de septiembre de 1723:
 

 La noche del día 15 hubo en esta Villa una horrorosa tempestad de truenos, relámpagos y agua que duró más de dos horas, en cuyo espacio cayeron varıas centellas en diversos edificios que no hicieron considerable daño; pero los causó muy graves el ímpetu del agua en los barrios de Santa Bárbara, donde se arruinaron algunas casas sepultando entre sus ruinas a cuatro personas y donde hizo mayor estrago fue en la casa-jardín del señor conde de Oñate donde vivía actualmente el señor conde de la Mirándola; y por ser ese día en que cumplía años se hallaban a la sazón a cortejarle muchos señores que, ignorando el riesgo que les amenazaba, estaban en el cuarto bajo, cerradas todas las puertas y ventanas, lo que dio lugar a que el agua de las alturas de la Huerta y cercanías del convento de los Recoletos rompiese las tapias y entrase hasta la pared de la casa y creciendo excesivamente derribó parte de la dicha pared y entró con ímpetu en todo el cuarto bajo, subiendo casi tres varas de alto, en cuyo conflicto salieron de la casa los que pudieron, otros se mantuvieron asidos de  ventanas y rejas, nadando sobre el agua, y otros subiendo sobre los coches del patio salvaron las vidas, aunque maltratados, y a otros libraron los religiosos agustinos recoletos que acudieron al remedio. Pero la duquesa de la Mirándola que se había retirado al oratorio con una criada, se ahogaron sin poderlas socorrer; como también don Tiberio Carrafa, e, intentando salir de la casa, el señor don Francisco Pío de Saboya, Moura y Corte Real, marqués de Castel Rodrigo le arrebató y llevó el ímpetu del agua, sin haberle podido socorrer ni saberse su paradero hasta el día siguiente que se halló su cadáver en el río tres leguas distante de esta Villa.

¡Qué muerte tan absurda para hombre de tan glorioso pasado como fue don Francisco, la verdad! Héroe en la guerra de Sucesión, como su anfitrión, fue nombrado por sus hechos y su lealtad a Felipe V, mariscal de campo y lugarteniente general (1703) así como Caballero de la Orden del Toisón de Oro (1707). Fue también Capitán General y gobernador de Cataluña en difíciles momentos (1715) Tenía 48 años.
Y 16 su hija Leonor, la primogénita, a la que enseguida casó su madre, Juana Spínola de la Cerda y Colonna, por poderes, con el italiano Domingo de Acquaviva y Aragon, conde de Atri, mucho mayor que ella quien pronto se consoló tomando a su  primo Alejandro como cortejo

Pero esa ya es otra historia.