Comenzaremos esta segunda parte de la
historia de los salones del palacio de Villahermosa - y de sus ocupantes - planteando un
enigma: ¿qué razones movieron a Leonor
de Atri y Alejandro Pico a vender su palacete del Prado? Porque lo habían
construido pocos años antes y para ello, como ya vimos, se habían tomado la
molestia de derribar la sobria casa del conde de Galve, obra del prestigioso Juan
Gómez de Mora, arquitecto “de cabecera” de Felipe III, un edificio de sencilla estética herreriana, para sustituirlo
por otro más vistoso (1750) de decoración barroca, diseñado por el arquitecto
de moda, Francisco Sánchez. Fácil es imaginar la ilusión y el entusiasmo con
que se lanzarían a ello: un palacio “moderno” a las puertas del Real Sitio. La
residencia adecuada para un cortesano influyente en la órbita de uno de los
hombres más poderosos en la España de su tiempo: el marqués de la Ensenada.
Pero a Ensenada se le estaban poniendo las
cosas difíciles y a partir de 1754 don Zenón cae en desgracia. Las envidias y
maquinaciones de sus enemigos consiguen el desapego de Fernando VI que lo destierra a Granada y más tarde al Puerto
de Santa María y aunque volverá a la corte en 1760, reinando ya Carlos III, las
cosas nunca volverán a ser las mismas.
Precisamente ese año de 1760 fallece Leonor, que contaba 53 años, y
es enterrada en la iglesia de los Afligidos, conocida como capilla "de la Cara de Dios" situada en la plazuela del mismo
nombre (hoy, plaza de Cristino Martos), que era el oratorio de la casa familiar de los Castel Rodrigo allí ubicada, en los límites de su rica posesión de La Florida.
Todavía sobrevive el abate Pico a la viuda de Atri
veintisiete años, falleciendo a su vez en 1787 en la vivienda de la calle
Atocha donde se había trasladado después de haber vendido el palacio
del Salón del Prado y tras vivir el amargo destino de los antiguos
colaboradores del antaño favorito marqués de la Ensenada, condenados al
destierro o a un discreto ostracismo cortesano.
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