Archivo Municipal del Ayuntamiento de Zaragoza
(ES. 50297. AM 04.01.01.01 Sobre 02159) |
Desde 1806 venía Mª Manuela pensando en la necesidad de encontrar esposa para su hijo mayor, José Antonio Azlor de Aragón, heredero del título tras la prematura muerte del primogénito Víctor Amadeo. Y acudirá al convento de las Salesas, donde ella misma se había educado y donde todavía profesaba su hermana Mª Luisa, donde acuda a buscar una joven "de su clase y de cristianas virtudes" digna de convertirse en la futura duquesa de Villahermosa. Y allí la encuentra, efectivamente.
Se trataba de una jovencita de apenas
quince años llamada María del Carmen Teresa Fernández de Córdoba y Pacheco,
hija del Marqués de Mancera y de la duquesa de Arión.
Alta,
hermosa, de arrogante presencia, con una gracia unida a una modestia que hacía
resaltar más aún sus excepcionales condiciones, cautivó al joven Duque de
Villahermosa, que a la sazón contaba veintitrés años, el cual aceptó gustoso la
elección de su madre y empezó a tratarla cual prometida, con gran contento de
ambas familias...
En el otoño de 1807 ya era formal el noviazgo y
buena muestra de la excelente relación establecida entre los jóvenes, y
entre sus ilustres familias, es el valioso regalo que el duque ofrece a su
joven prometida con motivo de las tradicionales Ferias que se celebraban en
Madrid a finales de septiembre, por San Mateo y San Miguel , los días 21 y 29
respectivamente, durante las que era costumbre antigua que los caballeros
ofreciesen a las señoras algún regalillo, aunque fuesen unos modestos dulces. Pero el duque, rumboso él, no se limitó en aquella ocasión a un simple
detalle sin importancia sino que obsequió a su recién estrenada novia con una
valiosa joya, un pavo real de oro, guarnecido de perlas y brillantes, por el
que abonó al mercader Leandro Sánchez la bonita cantidad de 5.800
reales. Probablemente, un broche.
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La feria de
Madrid en la Plaza de la Cebada (1770-80), óleo de Manuel de la Cruz y
Cano
(Museo de Historia de Madrid)
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La feria de Madrid (1778-79) Francisco de Goya.
Cartón para tapiz
(Museo del Prado) |
A pesar
de todo, considerando la juventud de la novia, las familias
deciden posponer la boda hasta el siguiente
otoño. Así que, en aquellos meses de intervalo, Mª
Manuela pudo dedicarse a los preparativos, entre los que era de especial
urgencia la terminación de la parte de la casa que ocuparía el
matrimonio, así como la adquisición de muebles, tapices y carrozas,
que encargó a París, y la contratación de servidumbre, que
debía ser numerosa y eficiente, para atender adecuadamente a la nueva
familia.
No
solo interesaba a la duquesa la felicidad conyugal de su hijo José
Antonio, sino que el matrimonio del muchacho suponía para ella la
liberación de todas aquellas responsabilidades, cargas y obligaciones que la
administración de sus bienes y la tutela de su persona le suponían. Aquella
boda, además, hacía posible la realización del antiguo plan tanto tiempo
aplazado: el traslado a Italia con su hijo pequeño, Juan Pablo Azlor, para instalarse allí al lado de
su querido tío, el jesuita José Pignatelli.
Pero
de nuevo las cosas se complicaron y dieron al traste con los planes de la
duquesa.
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