lunes, 23 de mayo de 2016

1.8 Planes de boda



 

Archivo Municipal del Ayuntamiento de Zaragoza
(ES. 50297. AM 04.01.01.01 Sobre 02159)

Desde 1806 venía Mª Manuela pensando en la necesidad de encontrar esposa para su hijo mayor, José Antonio Azlor de Aragón, heredero del título tras la prematura muerte del primogénito Víctor Amadeo. Y acudirá al convento de las Salesas, donde ella misma se había educado y donde todavía profesaba su hermana Mª Luisa, donde acuda a buscar una joven "de su clase y de cristianas virtudes" digna de convertirse en la futura duquesa de Villahermosa. Y allí la encuentra, efectivamente.
Se trataba de una jovencita de apenas quince años llamada María del Carmen Teresa Fernández de Córdoba y Pacheco, hija del Marqués de Mancera y de la duquesa de Arión.
Alta, hermosa, de arrogante presencia, con una gracia unida a una modestia que hacía resaltar más aún sus excepcionales condiciones, cautivó al joven Duque de Villahermosa, que a la sazón contaba veintitrés años, el cual aceptó gustoso la elección de su madre y empezó a tratarla cual prometida, con gran contento de ambas familias...


En el otoño de 1807 ya era  formal el noviazgo  y  buena muestra de la excelente relación establecida entre los jóvenes, y entre sus ilustres familias, es el valioso regalo que el duque ofrece a su joven prometida con motivo de las tradicionales Ferias que se celebraban en Madrid a finales de septiembre, por San Mateo y San Miguel , los días 21 y 29 respectivamente, durante las que era costumbre antigua que los caballeros ofreciesen a las señoras algún regalillo, aunque fuesen  unos modestos dulces. Pero el  duque, rumboso él,  no se limitó en aquella ocasión a un simple detalle sin importancia sino que obsequió a su recién estrenada novia con una valiosa joya, un pavo real de oro, guarnecido de perlas y brillantes, por el que abonó  al mercader  Leandro Sánchez la bonita cantidad de 5.800 reales. Probablemente, un broche.

La feria de Madrid en la Plaza de la Cebada (1770-80), óleo de Manuel de la Cruz y Cano
(Museo de Historia de Madrid)

La feria de Madrid (1778-79) Francisco de Goya. Cartón para tapiz
(Museo del Prado)
A pesar de todo, considerando la juventud de la novia, las familias deciden posponer  la boda  hasta el siguiente otoño. Así que, en aquellos meses de intervalo,  Mª Manuela pudo dedicarse a los preparativos, entre los que era de especial urgencia  la terminación de la parte de la casa que ocuparía el  matrimonio, así como  la adquisición de muebles, tapices y carrozas, que encargó a París,  y la contratación de servidumbre, que debía ser numerosa y eficiente, para atender adecuadamente a la nueva familia.
No solo interesaba  a la duquesa la felicidad conyugal de su hijo José Antonio, sino que el matrimonio del muchacho suponía para ella la liberación de todas aquellas responsabilidades, cargas y obligaciones que la administración de sus bienes y la tutela de su persona le suponían. Aquella boda, además, hacía posible la realización del antiguo plan tanto tiempo aplazado: el traslado a Italia con su hijo pequeño, Juan Pablo Azlor, para instalarse allí al lado de su querido tío, el jesuita José Pignatelli.
Pero de nuevo las cosas se complicaron y dieron al traste con los planes de la duquesa.
***





miércoles, 4 de mayo de 2016

1.7 La madurez de Mª Manuela Pignatelli

Las casas del conde de Maceda y sus jardines en el siglo XVII, donde en el  XVIII construyera el abate Pico su palacio barroco y posteriormente se levantará el palacio de Villahermosa, actual Museo Thyssen-Bornemisza.
(Detalle del plano de Pedro Texeira (1656)

A pesar de las desdichas que la persiguen, la duquesa de Villahermosa no se amilana y una vez  se percata de la imposibilidad del traslado a Italia para acogerse al amparo de su tío José Pignatelli, no duda, decidida a instalarse en Madrid, en  emprender el proyecto acariciado por su esposo de levantar una casa digna de su familia en el mismo corazón nobiliario de la corte: la encrucijada donde se encontraban el Paseo del Prado y la Carrera de San Jerónimo, zona recién reformada reinando Carlos III por el ingeniero José de Hermosilla y el arquitecto Ventura Rodríguez a impulsos del presidente del Consejo de Castilla, conde de Aranda.
 Encarga las obras de mejora y ampliación del antiguo palacio del abate Pico a  Antonio López Aguado, Maestro Mayor de la Villa de Madrid (o sea, lo que hoy sería arquitecto municipal), discípulo del insigne  Villanueva,  formado en Italia y Francia que  se movía como aquel en la  moderna corriente del neoclasicismo estético.
Y, por las trazas,  de pretensiones económicas menos astronómicas que su maestro. 



Su propósito era construir un edificio de nueva planta, digno de la posición social de su hijo y del lustre de su casa, sobre el solar de la antigua morada del Abate Pico de la Mirándola; pensamiento que iba dilatando porque quería que coincidiese con la edad en que sus hijos corrían más peligro de pervertirse en el mundo, para tenerlos de este modo distraídos y ocupados, según afirma su biógrafo, señor Ortí y Brull.


Así que hasta abril de 1805 no comenzó el derribo de la vieja casa del abate, cuando ya su hijo José Antonio andaba por los veinte años y  el pequeño, Juan Pablo, era un jovenzuelo de dieciséis. Tiempos de "mocear", peligrosos tiempos  en los que sin duda quiso evitar a sus hijos los dislates de su atolondrado cuñado Jorge Azlor y de su propio hermano, Pepe Pignatelli, conde de Mora, libertino de fuste, fallecidos ambos en plena juventud.


Según el señor Ortí  cuando comenzaron las obras de la nueva casa la duquesa, como haría cualquier hijo de vecino, se trasladó con sus hijos y servidumbre a una vivienda cercana, propiedad de la duquesa de Abrantes, situada junto al convento e iglesia "de las baronesas", por la que pagaba 44.000 reales anuales de alquiler.

Doña Manuela Isidra Téllez-Girón y Alonso de Pimentel,  duquesa de Abrantes
 Óleo de Francisco de Goya (Museo del Prado. Madrid)



 Se refiere el señor Ortí a la famosa "Casa de los Alfileres" cuyo nombre hace referencia al hecho de haberse adquirido con parte de la dote de Manuela Isidra Téllez-Girón, hija menor de los duques de Osuna, que se entregó, no sin ironía,  como un dinerillo "para alfileres", como si dijéramos "para chuches",  que dio para comprar  el magnífico palacio situado en la calle de Alcalá esquina a la del Turco (actualmente Marqués de Cubas).
Pero el señor Ortí comete un pequeño error:  en la época en que  Mª Manuela Pignatelli alquila la casa  todavía era propiedad  del conde de Miranda que la había adquirido en 1757 pues los de Abrantes todavía no eran entonces  duques ya que Ángel María de Carvajal y Fernández de Córdoba no recibiría el título hasta 1816, y además, ni siquiera se habían casado, cosa que harían en 1813.
En cualquier caso el palacio, de legendaria y misteriosa historia, que no viene al caso, fue una inversión muy rentable  para sus propietarios pues se alquiló a lo largo de su historia a muy diversos e ilustres inquilinos hasta que fue adquirida por el marqués de Casa Riera en la década de 1830 que la enriqueció con importantes reformas, una suntuosa decoración y un nuevo jardín que se extendía por el solar del que fuera convento "de las baronesas", por entonces desamortizado.
 Mucho más tarde (1930), se levantará en aquel lugar el Círculo de Bellas Artes.  
Palacio del marqués de Casa-Riera (1836), anteriormente propiedad de la duquesa de Abrantes
 (Diccionario de Madoz, tomo X)



Mientras tanto las obras de demolición, parcial, de la casa del abate iban avanzando rápidamente y en unos pocos meses se inició la construcción del que sería el "auténtico" palacio de Villahermosa: fue en diciembre de aquel año de 1805 cuando procedió la duquesa a celebrar la ceremonia de colocación de la primera piedra de su casa, comenzando las obras por la capilla, una de las estancias emblemáticas de la casa:
[...] consignando en el acta que al
efecto se levantó que la dedicaba á Dios Nuestro
Señor en honor de las Sagradas Reliquias de la
Cuna de Nuestro Redentor Jesucristo, que le había
remitido la Santidad del Papa Pío VII; de las
cabezas de los Apóstoles San Pedro y San Pablo,
y del cuerpo de Santa Marcelina, mártir, igualmente
recibidos del mismo Pontífice.

Encargó  el cuadro que debía presidir dicho oratorio -  representaba El Nacimiento de Jesucristo -  al  afrancesado  Mariano Salvador Maella, que fuera  pintor de cámara de Carlos III y Carlos IV, en este último periodo  mano a mano con Francisco de Goya:

Y encargó también un hermoso jardín inglés, un espacio de inspiración  romántica que contaba con un estanque atravesado por un puente, norias, cenador chinesco, montaña artificial con sus grutas y ruinas y abundantes bancos de piedra donde el paseante podía descansar absorto en la contemplación de la madre naturaleza. Convenientemente domesticada, claro. Se caracterizan estos jardines ingleses por su aspecto (artificialmente) natural con abundantes arbustos y recónditos rincones, senderos de trazado irregular y aspecto rústico,  facilitando al paseante la ilusión de disfrutar de una experiencia poéticamente "salvaje".

El palacio de Villahermosa  (Diccionario geográfico-estadístico-histórico de Pascual  Madoz (1846-50)
Del interés de la duquesa por este hermanamiento de la naturaleza  y el arte da fe la inscripción que preside la fachada principal de la casa, abierta al jardín, que ha sobrevivido hasta el presente:


IN.
EODEM. LOCO.
ARTIS. PERFECTIONEM.
ET. NATURAE. OBLECTAMENTUM.
MARIA. EMMANUELA. DUCCISSA. DE. VILLA-
  HERMOSA. CONSOCIAVIT
.

Es decir:
En este lugar, María Manuela, duquesa de Villahermosa, unió la perfección del arte y el placer de la naturaleza.




Pero no  piense el lector que su nueva condición de viuda rica y poderosa modificara la proverbial modestia de la duquesa. Muy al contrario.

[...] vestía un traje negro de la más extremada sencillez; no se adornaba nunca con joyas de ninguna clase; comía parcamente una vez al día, y tomaba dos jícaras de chocolate, una

al levantarse por la mañana, y, poco antes de recogerse por la noche, la otra, cuidándose tan poco de su persona, que sus confesores tenían que obligarla a mandarse hacer camisas, pues como poseía pocas, su amor a la limpieza hacía que se deteriorasen enseguida con el frecuente lavado...
Moda femenina (1790)

Pero ella, nada superfluo.
Ni en vestido, ni en tocado, ni en adorno.


***
El duque, su difunto marido, que había partido en su juventud de una noble condición que suponía un patrimonio más que regular, aunque algo "perjudicado" por la mala administración de sus ascendientes, había conseguido engrandecerlo enormemente con su inteligencia y trabajo. Su espíritu ilustrado, filantrópico y pragmático, le llevó a emprender importantes mejoras en sus posesiones  con el consiguiente aumento de la rentabilidad de sus tierras a lo que se debe añadir la redención en metálico de censos y gabelas que llevó a cabo  y la adición de cuantiosas herencias recibidas de varios parientes tanto españoles como italianos, todo lo cual, unido a una inteligente gestión, había aumentado drásticamente su hacienda. 
Es el gobierno de ese ingente patrimonio, herencia de sus hijos, la labor principal a la que se entrega Mª Manuela a la muerte del duque, sufriendo en la tarea rigurosos escrúpulos que le imponen un severo autocontrol y que no dejarán de atormentarla nunca.
En consecuencia, dedica largas horas al trabajo y, siempre en la línea ilustrada de Juan Pablo Azlor, se empeña en la mejora material de sus propiedades y de la vida de quienes las trabajan. Crea escuelas y dota plazas de maestros en los pueblos de su jurisdicción, a pesar de la oposición de los  vecinos que los habitan que no siempre acogen la idea con entusiasmo, mejora sus iglesias parroquiales y escoge escrupulosamente los párrocos que las atienden. Además se entrega con entusiasmo a ejercer en Madrid la caridad acudiendo personal y discretamente a visitar y remediar los casos que se le presentan. Sin olvidar su interés en  el auxilio  a comunidades religiosas y hospitales.


Y, en palabras del señor Ortí y Brull, abandona por completo la sociedad ligera y frívola que se había visto obligada a frecuentar en vida del señor duque, más sociable y extrovertido que ella, aficionado a una vida social, que hizo  brillante, inexcusable además dada su proyección pública y su dedicación política.
Elevación de un globo ante la corte de Carlos IV, óleo de Antonio Carnicero (1783)
(Museo de Bellas Artes de Bilbao)
La pradera de San Isidro (detalle), óleo de Francisco de Goya (1788)
(Museo del Prado)


Ni la menor concesión a las frivolidades de la vida social al uso.



Sólo conservó el trato de algunos pocos amigos, nobles ilustrados de ideas modernas e inserción cortesana tanto en tiempos de Carlos III como de Carlos IV, hombres amantes de la cultura y las bellas artes, como el conde de Fernán Núñez, hermano de su querida amiga, la duquesa de Béjar, (fallecida en 1882),

 y el de Revillagigedo; el Marqués de Santa Cruz  y su hermano, el sacerdote don Pedro de Silva; el brigadier Ramos, el obispo auxiliar de Madrid, el marqués de Santiago, el conde de Cabarrús, poderoso financiero y político afrancesado, y algún otro, como su hermano don Carlos, el nuncio monseñor Casoni y algunos otros venerables sacerdotes y religiosos, a quienes se puede añadir don Antonio Cabañero, su "hombre de confianza" y  apoderado general de la casa, labor que realizaba   bajo la inspección de la Duquesa,

quien, como decíamos, llevó a cabo con exageración sus obligaciones, en opinión del señor Ortí.
Y aún más. Tras los dramáticos acontecimientos que se desarrollaron en Francia en la década de 1790, acogió en su casa y auxilió económicamente a numerosos  sacerdotes y miembros de la aristocracia gala, antiguos amigos y conocidos de sus tiempos de "embajadora" en la corte de Luis XV, a quienes el terror revolucionario había obligado a buscar refugio fuera de las fronteras de su patria.
Tampoco el más mínimo acercamiento a la corte, entonces enseñoreada por el ínclito Godoy.
Manuel Godoy pintado por Francisco de Goya en 1801 (Academia de Bellas Artes de San Fernando)
La familia de Carlos IV , Francisco de Goya (1800-1801)
(Museo del Prado)
Todas estas loables ocupaciones, y otras muchas que ejerce  en favor del Papado, de los jesuitas, de la Iglesia en Oriente o de la Trapa, que sería ocioso detallar, no impidieron que en esos primeros años del nuevo siglo, tan intensos en la historia de España, siguiera atentamente la marcha de los sucesos políticos...


...recibiendo noticias continuas, comunicadas por las muchas personas que en Francia, en Italia

y aun en Alemania la eran afectas; noticias que llegaban por el correo en forma anónima, pues algunas de ellas no favorecían á los Gobiernos, singularmente al de España, objeto de censuras merecidas de parte de todos los católicos y todos los monárquicos de Europa, por su rebajamiento y vergonzosa dependencia de los Gobiernos revolucionarios, desde el punto y hora que se firmó el funesto Tratado de Aranjuez.


Y, mientras tanto, continúa la construcción del palacio familiar en el Salón del Prado, cuyas características materiales de lujo y grandiosidad (se amplía la fachada que se abre al paseo del Prado, se levanta un tercer piso, se dota al edificio de una magnífica escalinata y un no menos aparatoso salón de baile...) parecen contradecir el espíritu de humildad y moderación que  preside la vida de Mª Manuela.
 Pero todo tiene una explicación como adelantábamos antes:



 [...] uno de los móviles que la llevaron a edificar su casa fue  dar ocupación a sus hijos, pues hizo que uno y otro  vigilasen los trabajos, tomasen las cuentas y ayudasen al arquitecto Aguado, sobre todo D. Juan Pablo, que desde niño demostró asombrosas y excepcionales condiciones para las matemáticas.





En cualquier caso, tuvo buen cuidado Mª Manuela de dejar constancia escrita de que  la edificación se hacía a expensas y con caudales propios de su hijo primogénito, quedando agregada al ducado de Villahermosa.
Sus escrúpulos la obligaban a dejar claro que tamaña empresa no la llevaba a cado en interés propio, sino por salvaguardar la dignidad del ducado, encarnada en su hijo José Antonio, entregado por entonces al estudio del Latín y el Griego, y singularmente de la Historia, siguiendo en esto las huellas de su padre.
No andaba a la zaga el joven Juan Pablo
que no cesaba un momento en el estudio, que fue su único recreo y su sola delicia, formando planes para el porvenir [...]
como, por ejemplo...
...crear en su casa una academia para el estudio de las ciencias exactas, formada con los profesores más notables de la corte y sujetos distinguidos por su mérito en las ciencias, en la que se pronunciaran discursos y se leyesen Memorias sobre los puntos menos cultivados de las matemáticas [...]
Proyecto que se vería  frustrado por los imperativos de la historia y de la propia biografía del muchacho, de lo que más adelante tendremos ocasión de hablar.






En fin, tan modélicas actitudes juveniles desarrolladas por sus hijos no eran fruto de la casualidad, sino que en ellas demostrábase
la sabiduría y tacto de la Duquesa
de Villahermosa, que obtuvo este resultado, haciendo
grato el estudio a sus hijos y procurando
estuviesen siempre ocupados, distribuyendo equitativamente
el tiempo entre la oración, el estudio
y el recreo.


Y es que además de los sesudos estudios humanísticos y científicos a  que los chicos eran, por lo visto, tan aficionados, no dejó su madre de procurarles formación en "asignaturas de adorno", como baile, música y dibujo, impartidas por
los más notables profesores que por aquel tiempo tenía Madrid.
Así como de francés, que les enseñó un venerable sacerdote huido de la Francia revolucionaria al que había acogido cristianamente en su casa.
***
Cuando a mediados de 1807 estuvo terminada la parte

de la casa cuya fachada daba a
la Carrera de San Jerónimo se trasladó
a ella la Duquesa con sus hijos,
y se distrajo
un tanto de su vida recogida para disponer una
solemnidad de familia por ella preparada, que necesariamente había de ponerla en contacto con la corte y con la sociedad aristocrática de que  hacía tanto tiempo vivía alejada.

Y hasta que podamos ofrecer detallada información de tal acontecimiento, sugerimos al lector consulte la revista Blanco y Negro, en su número del 8 de enero de 1966, (pág. 97-104),  donde se publicó un interesante reportaje, con abundante información gráfica, sobre el palacio de Villahermosa y sus hermosas dependencias y aposentos, cuyo aspecto y contenido no debían ser muy distintos por entonces, todavía habitado por los Villahermosa, a los que presentaba ciento cincuenta años antes, cuando se abrieron sus salones a la sociedad madrileña.