A veintitantos kilómetros de la ciudad de Zaragoza se encuentra La Muela, localidad fundada en tiempos de Jaime I, el Conquistador(siglo XIII) con el fin de establecer una población que protegiera a los viajeros del bandolerismo que asolaba el Camino Real que comunicaba Castilla con Cataluña en el tramo que se extiende desde la localidad de La Almunia a la capital de Aragón, tierras despobladas y peligrosas.
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Ataque a un coche Óleo de Francisco de Goya (1793) (Colección Várez Fisa-Madrid) |
A La Muela acudió, el 8 de junio de 1808, don Manuel Chianfi, administrador general de la duquesa en Aragón, para recibir y escoltar a los viajeros y ponerles en antecedentes de los sucesos que desde el 24 de mayo alteraban dramáticamente la vida de la ciudad, en los que estaba teniendo especial significado su pariente, el brigadier don José Palafox, convertido en cabecilla de los insumisos zaragozanos.
Ya en Zaragoza los Villahermosa se instalaron en una de sus casas, un caserón ubicado en la calle Frenería, cerca de la Seo, donde, desde antiguo, se encontraba la administración general de sus propiedades en Aragón, casa que la duquesa había convertido en "conventículo" o asilo para acoger a algunos jesuitas ancianos y enfermos que recomendados por su tío, el santo Pignatelli, desde su refugio en Italia. Allí tenía la familia reservadas unas habitaciones.
Poco podía imaginar la duquesa, ni sus hijos, ni su "séquito", todo el horror de los días que les esperaban...
...porque el día 15 de ese mes de junio comenzó el ataque a la ciudad por las tropas francesas comandadas por el general Lefebvre que desde Pamplona se había dirigido a Zaragoza convencido de la facilidad de su conquista.
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Bucólicas vistas de la ciudad de Zaragoza y la Basílica del Pilar en 1806 desde la orilla izquierda del Ebro, en los pacíficos tiempos anteriores a la invasión francesa |
Ya en Zaragoza los Villahermosa se instalaron en una de sus casas, un caserón ubicado en la calle Frenería, cerca de la Seo, donde, desde antiguo, se encontraba la administración general de sus propiedades en Aragón, casa que la duquesa había convertido en "conventículo" o asilo para acoger a algunos jesuitas ancianos y enfermos que recomendados por su tío, el santo Pignatelli, desde su refugio en Italia. Allí tenía la familia reservadas unas habitaciones.
Poco podía imaginar la duquesa, ni sus hijos, ni su "séquito", todo el horror de los días que les esperaban...
...porque el día 15 de ese mes de junio comenzó el ataque a la ciudad por las tropas francesas comandadas por el general Lefebvre que desde Pamplona se había dirigido a Zaragoza convencido de la facilidad de su conquista.
Craso error.
Pues los zaragozanos y las zaragozanas pusieron en marcha sus bravos genes carpetovetónicos para defender su ciudad del enemigo invasor en una encarnizada y heroica batalla que duró más de un mes y acabó obligando a Lefebvre a abandonar su empeño.
Hechos en los que se vieron los Villahermosa envueltos sin remedio.
Desde el momento de su entrada en Zaragoza, fue la duquesa testigo presencial de los hechos heroicos de sus nobles paisanos..., asevera Ortí y Brull, biógrafo de Mª Manuela. Y concluye:
...la duquesa vio todo esto y se sintió orgullosa de ser española y de ser aragonesa.
Pues mira, con razón, la verdad.
Y mientras sus hijos se batían en las calles confundidos con el pueblo levantado en armas, la duquesa no dudó en colaborar con la causa de la libertad aportando aquello que más falta hacía en aquellos momentos: su fortuna. Resulta literalmente imposible calcular con exactitud el monto de la contribución económica de la duquesa de Villahermosa a la defensa de Zaragoza, pero es indudable que allí quedó enterrado, junto a los heroicos defensores de la ciudad, una buena parte del enorme patrimonio de la familia.
No podemos dejar de citar el caso de otro miembro de la familia, Consolación de Azlor, sobrina de Juan Pablo Azlor, por entonces condesa de Bureta, con la que Mª Manuela mantenía una cordial relación. Doña Consolación, que por entonces tenía la edad de Cristo, fue una mujer de armas tomar (literalmente) que se cuenta entre los héroes de la resistencia aragonesa.
Cuando la noche del 30 de junio el general Palafox, que había marchado al pueblo de Belchite en busca de refuerzos y suministros, regresa a Zaragoza , ante el peligro que representaba la permanencia en Zaragoza, donde no solo la artillería sino el hambre empezaba a diezmar a la población, insta a la duquesa y sus hijos a salir de la ciudad con toda urgencia. Y no solo por razones de seguridad.
Y así, el día 1 de julio, en medio de un fuerte bombardeo, salen en dirección a Lérida la duquesa, siempre acompañada de sus criados, y sus hijos, edecanes del general que les había encargado una misión secreta: entregar un misterioso documento (del que nada sabemos, ¡ah los enigmas de la Historia!) al señor obispo de aquella diócesis, don Jerónimo María de Torres, un anciano señor de casi ochenta años, convertido por azares del destino en cabeza del movimiento rebelde en aquella ciudad, pues presidía la Junta de defensa creada para organizar la lucha. Así que cabe suponer que el "misterioso" documento tuviera relación con el movimiento levantisco que lideraba. Aunque vaya usted a saber...
Levantado el sitio, o sea, liberada (temporalmente) Zaragoza del asedio, los hermanos Azlor, ya incorporados a un cuerpo del ejército como ayudantes de Palafox, entraron en la ciudad y fueron nombrados por el general Capitanes del cuerpo de almogávares de Aragón, mientras la duquesa, su madre, tras permanecer un par de días en casa de la heroica doña Consolación, decidió volver a Madrid impaciente por regresar a la suya.
Y, así, el 18 de septiembre de 1808 llega, con la única compañía de algunos de sus más fieles criados, al palacio de la Carrera de San Jerónimo.
Y encuentra un espectáculo desolador.
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El general José de Palafox, a caballo óleo de Francisco de Goya (1814) (Museo del Prado) |
Pues los zaragozanos y las zaragozanas pusieron en marcha sus bravos genes carpetovetónicos para defender su ciudad del enemigo invasor en una encarnizada y heroica batalla que duró más de un mes y acabó obligando a Lefebvre a abandonar su empeño.
Hechos en los que se vieron los Villahermosa envueltos sin remedio.
Desde el momento de su entrada en Zaragoza, fue la duquesa testigo presencial de los hechos heroicos de sus nobles paisanos..., asevera Ortí y Brull, biógrafo de Mª Manuela. Y concluye:
...la duquesa vio todo esto y se sintió orgullosa de ser española y de ser aragonesa.
Pues mira, con razón, la verdad.
Y mientras sus hijos se batían en las calles confundidos con el pueblo levantado en armas, la duquesa no dudó en colaborar con la causa de la libertad aportando aquello que más falta hacía en aquellos momentos: su fortuna. Resulta literalmente imposible calcular con exactitud el monto de la contribución económica de la duquesa de Villahermosa a la defensa de Zaragoza, pero es indudable que allí quedó enterrado, junto a los heroicos defensores de la ciudad, una buena parte del enorme patrimonio de la familia.
No podemos dejar de citar el caso de otro miembro de la familia, Consolación de Azlor, sobrina de Juan Pablo Azlor, por entonces condesa de Bureta, con la que Mª Manuela mantenía una cordial relación. Doña Consolación, que por entonces tenía la edad de Cristo, fue una mujer de armas tomar (literalmente) que se cuenta entre los héroes de la resistencia aragonesa.
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Defensa del reducto del Pilar, óleo de Federico Jiménez Nicanor (Museo de Zaragoza)
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Cuando la noche del 30 de junio el general Palafox, que había marchado al pueblo de Belchite en busca de refuerzos y suministros, regresa a Zaragoza , ante el peligro que representaba la permanencia en Zaragoza, donde no solo la artillería sino el hambre empezaba a diezmar a la población, insta a la duquesa y sus hijos a salir de la ciudad con toda urgencia. Y no solo por razones de seguridad.
Y así, el día 1 de julio, en medio de un fuerte bombardeo, salen en dirección a Lérida la duquesa, siempre acompañada de sus criados, y sus hijos, edecanes del general que les había encargado una misión secreta: entregar un misterioso documento (del que nada sabemos, ¡ah los enigmas de la Historia!) al señor obispo de aquella diócesis, don Jerónimo María de Torres, un anciano señor de casi ochenta años, convertido por azares del destino en cabeza del movimiento rebelde en aquella ciudad, pues presidía la Junta de defensa creada para organizar la lucha. Así que cabe suponer que el "misterioso" documento tuviera relación con el movimiento levantisco que lideraba. Aunque vaya usted a saber...
Levantado el sitio, o sea, liberada (temporalmente) Zaragoza del asedio, los hermanos Azlor, ya incorporados a un cuerpo del ejército como ayudantes de Palafox, entraron en la ciudad y fueron nombrados por el general Capitanes del cuerpo de almogávares de Aragón, mientras la duquesa, su madre, tras permanecer un par de días en casa de la heroica doña Consolación, decidió volver a Madrid impaciente por regresar a la suya.
Y, así, el 18 de septiembre de 1808 llega, con la única compañía de algunos de sus más fieles criados, al palacio de la Carrera de San Jerónimo.
Y encuentra un espectáculo desolador.