viernes, 30 de septiembre de 2016

1.11 Los Villahermosa durante la Guerra de la Independencia

A veintitantos kilómetros de la ciudad de Zaragoza se encuentra  La Muela, localidad fundada  en tiempos de Jaime I,  el Conquistador(siglo XIII) con el fin de establecer una población  que protegiera a los viajeros del bandolerismo que asolaba  el Camino Real que comunicaba Castilla  con Cataluña en el tramo que se extiende desde la localidad de La Almunia a la capital de Aragón,  tierras despobladas y peligrosas.
Ataque a un coche
Óleo de Francisco de Goya (1793)
(Colección Várez Fisa-Madrid)
 
A La Muela acudió, el 8 de junio de 1808, don Manuel Chianfi, administrador general de la duquesa en Aragón, para recibir y escoltar a los viajeros  y ponerles en antecedentes de los sucesos que desde el 24 de mayo alteraban dramáticamente la vida de la ciudad, en los que estaba teniendo especial significado su pariente, el brigadier don José Palafox,  convertido en cabecilla de los insumisos zaragozanos.



 

Bucólicas vistas de la ciudad de Zaragoza y la Basílica del Pilar  en 1806  desde la orilla izquierda del Ebro, en los pacíficos tiempos anteriores a la invasión francesa 

Ya en Zaragoza los Villahermosa  se instalaron en una de sus casas, un caserón ubicado en la calle Frenería, cerca de la Seo, donde, desde antiguo, se encontraba la administración general de sus propiedades en Aragón,  casa que  la duquesa había convertido en "conventículo" o asilo para acoger a algunos  jesuitas ancianos y enfermos que  recomendados por su tío, el santo Pignatelli, desde su refugio en Italia. Allí tenía la familia reservadas unas habitaciones.
Poco podía imaginar la duquesa, ni sus hijos, ni su "séquito", todo el horror de los días que les esperaban...

Bombardeo de Zaragoza durante el primer sitio (1808)
Grabado atribuido a Mariano Latasa
(Colección Pasqual de Quinto, Zaragoza)


Texto:
Vista del sitio y bombardeo de la Ciudad de Zaragoza por los Franceses desde que se presentaron delante de dicha ciudad en 15 de junio de 1808 hasta 14 de agosto del mismo año que huyeron vergonzosamente después de 61 días de continuos e inútiles ataques sin haberse podido apoderar de la ciudad que fue defendida gloriosamente por los valerosos e intrépidos zaragozanos comandados por su ilustre jefe Palafox.
...porque el día 15 de ese mes de junio comenzó el ataque a la ciudad por las tropas francesas comandadas por el general Lefebvre que desde Pamplona  se había dirigido a Zaragoza convencido de la facilidad de su conquista.
Craso error.
El general José de Palafox, a caballo
óleo de Francisco de Goya (1814)
(Museo del Prado)

Pues los zaragozanos y las zaragozanas pusieron en marcha sus bravos genes carpetovetónicos para defender su ciudad del enemigo invasor en una encarnizada y heroica batalla que duró más de un mes y acabó obligando a Lefebvre a abandonar su empeño.
Hechos en los que se vieron los Villahermosa envueltos sin remedio.
Desde el momento de su entrada en  Zaragoza, fue la duquesa testigo presencial de los hechos heroicos de sus nobles paisanos..., asevera Ortí y Brull, biógrafo de Mª Manuela. Y concluye:
...la duquesa vio todo esto y se sintió orgullosa de ser española y de ser aragonesa.
Pues mira, con razón, la verdad.
Y mientras sus hijos se batían en las calles confundidos con el pueblo levantado en armas, la duquesa no dudó en colaborar con la causa de la libertad aportando aquello que más falta hacía en aquellos momentos: su fortuna. Resulta literalmente imposible calcular con exactitud el monto de la contribución  económica de la duquesa de Villahermosa a la defensa de Zaragoza, pero es indudable que allí quedó enterrado, junto a los heroicos defensores de la ciudad,  una buena parte del enorme patrimonio de la familia. 
No podemos dejar de citar el caso de otro  miembro de la familia, Consolación de Azlor, sobrina de Juan Pablo Azlor, por entonces condesa de Bureta, con la que Mª Manuela mantenía una cordial relación. Doña Consolación, que por entonces tenía la edad de Cristo, fue una mujer de armas tomar (literalmente) que se cuenta entre los héroes de la resistencia aragonesa.
Defensa del reducto del Pilar, óleo de  Federico Jiménez Nicanor (Museo de Zaragoza)


Cuando la noche del 30 de junio el general Palafox, que había marchado al pueblo de Belchite en busca de refuerzos y suministros, regresa a Zaragoza , ante el peligro que representaba la permanencia en Zaragoza, donde no solo la artillería sino el hambre empezaba a diezmar a la población, insta a la duquesa y sus hijos a salir de la ciudad con toda urgencia. Y no solo por razones de seguridad.
Y así, el día 1 de julio, en medio de  un fuerte bombardeo, salen en dirección a Lérida la duquesa, siempre acompañada de sus criados, y sus hijos, edecanes del general  que les había encargado una misión secreta: entregar un  misterioso documento (del que nada sabemos, ¡ah los enigmas de la Historia!)  al señor obispo de aquella diócesis, don Jerónimo María de Torres, un anciano señor de casi ochenta años, convertido por azares del destino en cabeza del movimiento rebelde en aquella ciudad, pues presidía la Junta de defensa creada para organizar la lucha. Así que cabe suponer que el "misterioso" documento tuviera relación con el movimiento levantisco que  lideraba. Aunque vaya usted a saber...
Levantado el sitio, o sea, liberada (temporalmente) Zaragoza del asedio,  los hermanos Azlor, ya incorporados a un cuerpo del ejército como ayudantes de Palafox, entraron en la ciudad y fueron nombrados por el general Capitanes del cuerpo de almogávares de Aragón, mientras la duquesa, su madre, tras permanecer un par de días  en casa de la heroica doña Consolación, decidió volver a Madrid impaciente por regresar a la suya.
Y, así,  el 18 de septiembre de 1808 llega, con la única compañía de algunos de sus más fieles criados,  al  palacio de la Carrera de San Jerónimo. 
Y  encuentra un espectáculo desolador.













domingo, 3 de julio de 2016

1.10 El 2 de mayo de 1808 en el palacio de Villahermosa


Paseo del Prado visto desde la fuente de Neptuno
Grabado realizado por Isidro González Velázquez hacia 1800
(Biblioteca Digital Memoria de Madrid)
1. Fuente de Neptuno; 2. Palacio de Medinaceli; 3 Palacio de Villahermosa; 4. Carrera de San Jerónimo
Los acontecimientos ocurridos en Madrid el 2 de mayo de 1808, de los que dimos  noticia  en nuestra anterior entrega,  transformaron el apacible Salón del Prado, espacio favorito para el recreo de los madrileños desde tiempo inmemorial, en escenario de un espectáculo dantesco.
Podemos imaginar a Manuela Pignatelli, sus hijos y la numerosa servidumbre de la casa ocultos tras los pesados cortinones que debían  cubrir los  ventanales que se abren al Prado y a la Carrera de San Jerónimo en cada uno de los tres pisos del edificio, atisbando con prudencia las carreras, los tiroteos, los gritos, los gemidos y las maldiciones de unos y otros. Aquellos mismos balcones desde donde habían contemplado  y aclamado pocos días antes (24 de marzo), la solemne entrada de Fernando VII   en Madrid a lomos de un caballo blanco tras la forzada abdicación de su padre a consecuencia  del Motín Aranjuez y la subsiguiente caída de Godoy. Un cercano y emocionante tiempo de esperanza.
http://educators.mfa.org/entrada-publica-de-fernando-vii-em-madrid-depois-de-sua-aci-macao-118135

Aquella tarde del 2 de mayo, sin embargo, el espectáculo que pudieron vislumbrar,  sin duda muy asustados, era muy diferente. Y,  paralizados por el terror,  no fueron sino testigos mudos de la tragedia que se desarrollaba a pocos metros de la casa.
Lucha en el Prado
Dibujo de José Ribelles. Grabador, Alejandro Blanco (h.1811)
(Biblioteca Digital Memoria de Madrid)


Texto al pie:
Asesinan los Franceses a los Patriotas en el Paseo del Prado / Maniatados y conducidos á bayonetazos al Prado los infelices que durante la refriega tienen la desgracia de caer en poder de las tropas  francesas, son atrozmente asesinados, sin que ni su inocencia, ni sus clamores, ni las suplicas, lágrimas y gemidos de las madres y esposas basten a libertarlos. Sacerdotes y religiosos se cuentan tambien en el número de estos desventurados que perecen sin ninguna  especie de auxilio. Y no satisfecha la feroz soldadesca con haberlos afusilado y desnudados de pies a cabeza para saciar su sanguinaria rapacidad se recrea en insultar a los cadáveres mismos. Hecha un lago de sangre española la dilatada extensión del Prado ofrece un espectáculo horroroso, triste preludio de la sangrienta escena que aún con mayor inhumanidad y perfidia se repitió por la noche  en que centenares de víctimas inocentes fueron alevosamente sacrificadas.


Don Benito Pérez Galdós, cronista imprescindible de la historia de España del siglo XIX , ofrece en sus Episodios Nacionales (El 19 de marzo  y el 2 de mayo) una estremecedora descripción de cómo pudo desarrollarse  la dramática escena:


[En el fragor de aquellas primeras horas de la noche del 2 de mayo,  Gabriel, el protagonista de la novela, busca a su amada Inés por las calles de Madrid y en su angustiado deambular llega al Prado]

Dicho esto, nos separamos a toda prisa, y yo corrí por la Carrera de San Jerónimo. La noche era oscura, fría y solitaria. En mi camino encontré tan sólo algunos hombres que corrían despavoridos, y a cada paso lamentos dolorosísimos llegaban a mis oídos. A lo lejos distinguí las pisadas de las patrullas francesas y de rato en rato un resplandor lejano seguido de estruendosa detonación. Cómo se presentaba en mi alma atribulada aquel espectáculo en la negra noche, aquellos ruidos pavorosos, no es cosa que puedo yo referir, ni palabras de ninguna lengua alcanzan a manifestar angustia tan grande. Llegaba junto al Espíritu Santo [convento que se encontraba en la Carrera de San Jerónimo, junto al palacio de Villahermosa. Ocupaba el lugar donde actualmente se levanta el Congreso de Diputados], cuando sentí muy cercana ya una descarga de fusilería. Allá abajo en la esquina del palacio de Medinaceli [situado en la Carrera frente al de Villahermosa] la rápida luz del fogonazo, había iluminado un grupo, mejor dicho, un montón de personas, en distintas actitudes colocadas, y con diversos trajes vestidos. Tras de la detonación, oyéronse quejidos de dolor, imprecaciones que se apagaban al fin en el silencio de la noche. Después algunas voces hablando en lengua extranjera, dialogaban entre sí; se oían las pisadas de los verdugos, cuya marcha en dirección al fondo del Prado era indicada por los movimientos de unos farolillos de agonizante luz. A cada rato circulaban pequeños tropeles, con gentes maniatadas, y hacia el Retiro se percibía resplandor muy vivo, como de la hoguera de un vivac.

Acerquéme al palacio de Medinaceli por la parte del Prado, y allí vi algunas personas que acudían a reconocer los infelices últimamente arcabuceados. Reconocílos yo también uno por uno, y observé que pequeña parte de ellos estaban vivos, aunque ferozmente heridos; y arrastrábanse estos pidiendo socorro, o clamaban en voz desgarradora suplicando que se les rematase. Entre todas aquellas víctimas no había más que una mujer, que no tenía semejanza con Inés, ni encontré tampoco sacerdote alguno. Sin prestar oídos a las voces de socorro, ni reparar tampoco en el peligro que cerca de allí se corría, me dirigí hacia el Retiro [...]




El estrépito de otra descarga me hizo enmudecer, y la voz expiró en mi garganta por falta de aliento. Estuve a punto de caer sin sentido; pero haciendo un heroico esfuerzo, volví a suplicar al oficial con voz ronca y ademán desesperado, pretendiendo que me dejase entrar a ver si algunos de los recién inmolados eran los que yo buscaba. Sin duda mi ruego, expresado ardientemente y con profundísima verdad, conmovió al joven oficial, más por la angustia de mis ademanes que por el sentido de las palabras, extranjeras para él, y apartándose a un lado me indicó que entrara. Hícelo rápidamente, y recorrí como un insensato el primer patio y el segundo. En este, que era el de la Pelota, no había más que franceses; pero en aquel yacían por el suelo las víctimas aún palpitantes, y no lejos de ellas las que esperaban la muerte. Vi que las ataban codo con codo, obligándolas a ponerse de rodillas, unos de espalda, otros de frente. Los más extendían los brazos agitándolos al mismo tiempo que lanzaban imprecaciones y retos a los verdugos; algunos escondían con horror la cara en el pecho del vecino; otros lloraban; otros pedían la muerte, y vi uno que rompiendo con fuertes sacudidas las ligaduras, se abalanzó hacia los granaderos. Ninguna fórmula de juicio, ni tampoco preparación espiritual, precedían a esta abominación: los granaderos hacían fuego una o dos veces, y los sacrificados se revolvían en charcos de sangre con espantosa agonía.

Algunos acababan en el acto; pero los más padecían largo martirio antes de expirar, y hubo muchos que heridos por las balas en las extremidades y desangrados, sobrevivieron después de pasar por muertos hasta la mañana del día 3, en que los mismos franceses, reconociendo su mala puntería, les mandaron al hospital. Estos casos no fueron raros, y yo sé de dos o tres a quienes cupo la suerte de vivir después de pasar por los horrores de una ejecución sangrienta. [...] Los franceses, aunque a quema-ropa, disparaban mal, y algunos de ellos, preciso es confesarlo, con marcada repugnancia, pues sin duda conocían el envilecimiento en que habían repentinamente caído las águilas imperiales.

Porque  ante la rebelión de los madrileños por el "rapto" de los últimos representantes de la familia real que quedaban en Palacio, las tropas francesas recibieron órdenes tajantes de castigar sin piedad a los vecinos de la Villa y Corte. El orgulloso Murat, quien probablemente ardía en deseos de vengar las  chanzas que sufriera el día anterior en el Prado,  cuando fuera humillado ante sus tropas y oficiales por los madrileños allí presentes, erró al calibrar la trascendencia  de aquellos sucesos y aplicó un castigo de inusitada crueldad que quiso ser ejemplar y resultó peligrosamente provocador.
 La furia pronto se propagó por toda España y el odio al francés se adueñó de los españoles sin distinción de clases, sexo, ni origen geográfico.


Valencia: El grito del Palleter - J.Sorolla (1884)
Para empezar, la misma tarde  del 2 de  mayo Murat envió un informe a Bonaparte dando noticia de lo ocurrido. La carta decía lo siguiente:

 Madrid, dos de mayo de 1808, seis de la tarde.

Sire: la tranquilidad pública ha sido turbada esta mañana. Desde hace varios días la gente del campo se reunía en la ciudad, circulaban panfletos excitando a la rebelión, la cabeza de los generales u oficiales franceses hospedados en la ciudad se ponía a precio, en fin, todo anunciaba la crisis. Esta mañana desde las ocho la canalla de Madrid y de los alrededores obstruía los accesos al palacio y llenaba los patios. Uno de mis ayudantes de campo que había enviado para cumplimentar a la reina de Etruria que iba a subir en el coche ha sido detenido a la puerta de palacio y hubiera sido asesinado por el populacho desenfrenado a no ser por diez o doce granaderos de la guardia de V.M. que envió para liberarle. Momentos después un segundo ayuda de campo que yo enviaba con órdenes para el general Grouchy ha sido asaltado a pedradas resultando herido. Inmediatamente se ha dado el toque de llamada, la guardia de V:M. ha tomado las armas y todos los campamentos puestos en movimiento han recibido la orden de marchar sobre Madrid para ocupar los puestos que les habían sido designados en caso de alarma. Mientras tanto, un batallón de la guardia alojado en mi palacio, protegido por dos cañones y un pelotón de cazadores polacos, ha marchado hacia el castillo atacando a la masa allí reunida y dispersándola a tiros de fusil. Por su lado, el general Grouchy reunía sus tropas en el Pardo y recibía la orden de dirigirse por la calle de Alcalá a la Puerta del Sol y Plaza Mayor donde se habían reunido más de veinte mil rebeldes. Se asesinaba ya en las calles a los soldados aislados que intentaban incorporarse al puesto sin perdonar los que se ocupaban de las distribuciones. [...] Ordené al general Grouchy que se dirigiese a la Puerta del Sol y al coronel Frederic que marchase sobre el mismo lugar por la calle de la Platería y que disolviesen a cañonazos al populacho; esas dos columnas se pusieron en movimiento u consiguieron limpiar las calles, no sin dificultad porque esos miserables expulsados por las calles se refugiaban en las casas y disparaban contra nuestras tropas desde los cruces mientras que la mayoría se dirigía al Arsenal para apoderarse de los cañones y de los fusiles. Pero el general Lefranc que se encontraba en la Puerta de Fuencarral se dirigió allí con la bayoneta calada y ha conseguido apoderarse del Arsenal y recuperar los cañones de los que se habían apoderado los rebeldes. Después las columnas se han dirigido a la Puerta del Sol, las Puertas de Toledo, Segovia y Fuencarral. El general Grouchy ha dado orden de entrar en las casas desde donde se hacía fuego haciendo pasar a cuchillo a todos los que allí se encontraban en ellas. Todas las calles han sido despejadas. Los campesinos que habían conseguido escapar de la ciudad han topado con la caballería y atacados a sablazos. [...] Sire, hay mucha gente muerta: los cazadores de vuestra guardia han perdido varios hombres. [...] Esta noche comunicaré a V.M. sobre este acontecimiento cuando haya recibido los informes detallados de los diferentes generales con mando. En un abrir y cerrar de ojos todo el mundo estuvo en su puesto y debo rendir los mayores elogios a todas las tropas de V.M. especialmente al general Grouchy .



(Murat lieutenant de l´ Empereur d´ aprés correspondance inédite, Murat C., París (1847) en El reinado de Fernando VII en sus documentos, Moral Roncal, Antonio, Ed. Ariel Practicum)




Sangre de Mayo, ©Nickel Odeón Dos y TeleMadrid (film de J.L.Garci. 2008)
Y también esa misma tarde el propio Murat  promulgó  un bando con órdenes para la represión  de los rebeldes de una severidad inaudita que, aunque no se publicó en los dos periódicos que por entonces había en Madrid (Diario de Madrid y La Gazeta de Madrid ) hasta unos días más tarde, el 4 y el 6 de mayo respectivamente, comenzó a aplicarse inmediatamente. El texto decía así:

 «Soldados: el populacho de Madrid se ha sublevado, y ha llegado al asesinato. Sé que los buenos españoles han gemido de estos desórdenes; estoy muy lejos  de mezclarlos con aquellos miserables que no desean más que el crimen y el pillaje. Pero la sangre francesa ha sido derramada; clama por la venganza: en su consecuencia mando lo siguiente:
            ARTÍCULO I. El general Grouchi convocará esta noche la comisión militar.
            ART. II. Todos los que han sido presos en el alboroto y con las armas en la mano, serán arcabuceados.
            ART. III. La Junta de Estado va a hacer desarmar los vecinos de Madrid. Todos los habitantes y estantes quiénes después de la execución de esta orden se hallaren armados o conserven armas sin una permisión especial, serán arcabuceados.
            ART. IV. Toda reunión de más de ocho personas será considerada como una junta sediciosa, y deshecha por la fusilería.
            ART. V. Todo lugar en donde sea asesinado un francés, será quemado.
            ART. VI. Los amos quedarán responsables de sus criados; los jefes de talleres, obradores y demás de sus oficiales, los padres y madres de sus hijos, y los Ministros de los Conventos de sus Religiosos.
           ART. VII. Los autores, vendedores y distribuidores de libelos impresos o manuscritos, provocando la sedición, serán considerados como unos agentes de la Inglaterra y arcabuceados.
Dado en nuestro Cuartel general de Madrid a 2 de Mayo de 1808.

Firmado: Joachim.
Por mandato de S.A.I. y R.
El Jefe de Estado Mayor General Belliard.
La matanza de patriotas  comenzó la tarde del mismo día 2 y no cesó hasta la madrugada del día 3...


Entre los lugares donde se desarrollaron los masivos (y arbitrarios) fusilamientos se encontraba el Salón del Prado, precisamente  frente a las ventanas del palacio de Villahermosa...
Maqueta de León Gil de Palacio (1830) - Museo de Historia de Madrid


... en el lugar donde  actualmente se extiende la plaza de la Lealtad. En recuerdo de los tristes sucesos allí acontecidos y de los madrileños que allí fueron muertos se levantó en aquel lugar, en 1814,  una capilla,  sustituida posteriormente por un imponente obelisco que no pudo inaugurarse hasta 1840 y que hoy todavía preside la plaza.

Los fusilamientos del 2 de mayo en el Paseo del Prado de Madrid
Dibujo de Zacarías González. Grabador, Juan Carrafa.


Texto:
 Horrible sacrificio de inocentes víctimas con que la alevosa ferocidad francesa empeñada en sofocar el heroísmo de los / Madrileños, inmortalizó las glorias de España en el Prado de Madrid en el día 2 de Mayo de 1808.
  1. Real Retiro. / 2. Caballerizas. / 3. Fusilando á los inocentes. / 4. Amontonando cadaveres. / 5. Victimas que ponen en el canapé para fusilar. / 6. Otras traen a fusilar.

Aunque no fue solo en el Prado donde aquel día aciago se produjeron  fusilamientos masivos e indiscriminados, sino que otros espacios hubo, como el Retiro y  la Montaña del Príncipe Pío (La Moncloa), donde fueron masacrados  cientos de madrileños. Francisco de Goya dejó testimonio gráfico de ello. 



El 3 de mayo en Madrid o Los fusilamientos, óleo de Fco. de Goya
(Museo del Prado)




Pero volvamos a Manuela Pignatelli y los suyos.




Estos acontecimientos, tan rápidamente desarrollados, llenaron de perplejidad a la duquesa de Villahermosa, afirma al respecto el señor Ortí  y Brull, biógrafo de la duquesa.
Apenas podía creer su imaginación lo que veían sus ojos, sigue diciendo.


Ella, que hacía una vida retirada, como en un monasterio, afirma el señor Ortí, dedicada a sus obras de caridad y a frecuentar el monasterio de las Salesas donde visitaba  a la joven prometida de su hijo a la que cada vez cobraba mayor afecto, se vio de repente inmersa en el ojo de un huracán que había de arrasar España durante los siguientes seis años.
Y no es que la buena señora, que por entonces contaba cerca de sesenta años, fuera ignorante de la vida política del momento. Leía habitualmente la Gaceta, mantenía amistad con personajes conocidos de la vida política, recibía frecuente correspondencia de Italia... Pero, precisamente por todo ello, tras quedarse viuda, había preferido mantenerse al margen de la vida pública y alejada de aquella corte de intrigantes presidida por la frívola Mª Luisa de Parma siempre enredada en rumores sobre sus non sanctas relaciones con el bueno de Manuel Godoy.
Pero, ¡ay!, tal distanciamiento no había servido sino para ganarse la enemistad del Gobierno que, tras la entrada de los franceses en Madrid,  no dudó en alojar en el palacio de Villahermosa  a varios generales con sus correspondientes Estados Mayores, a pesar de las quejas de su propietaria, muy incómoda con tales huéspedes, de las que nadie hizo caso alguno.
Entre estos altos cargos militares se encontraba el famoso general Pierre-Antoine Dupont de l'Étang, conde por obra y gracia de Napoleón, quien fuera derrotado, por cierto, por el general Castaños  en la decisiva batalla de Bailén (19 de julio de 1808). En Villahermosa  vivió unos meses y, por lo visto, de todos los militares que allí se hospedaron  fue el que dio más lata a la señora duquesa.


Pero volvamos a la aciaga tarde del 2 de mayo. Como decíamos Manuela Pignatelli se vio sorprendida por aquellos violentos e inesperados sucesos ante los que, a pesar de todo, reaccionó con gran serenidad y prudencia.
... mandó que durante la lucha estuvieran cerradas las puertas de su casa y solo se franqueasen si algún herido acudía en demanda de socorro [...] y ordenó que no saliesen ni los hijos ni los servidores.
No pudo evitar, sin embargo, ser testigo del saqueo del cercano palacio de Híjar,  cuyo portero fue bárbaramente asesinado en mitad de la calle y cuyos tesoros fueron expoliados por granaderos franceses que arrastraban sin respeto alguno preseas y tapices calle abajo.
...y lo que fue más doloroso para ella. Estuvo oyendo durante toda la noche las descargas de fusilería que en el inmediato recinto del Prado producían la muerte a los infelices aprehendidos en las calles...
Así que cuando a la mañana siguiente entraron los criados precipitadamente en sus aposentos mostrándole aterrorizados una copia del bando de Murat, Mª Manuela Pignatelli decidió abandonar el palacio, pues aunque la gente de la casa se había mantenido al margen de los enfrentamientos, la verdad era que no pudieron evitar - o no quisieron -  que grupos de paisanos armados se refugiasen en las puertas de la casa y aún en la zona todavía en construcción de la calle del Turco, desde donde mantuvieron un duro enfrentamiento con los soldados franceses.
En consecuencia, dadas las órdenes de Murat y la inmisericordia de su aplicación, quiso evitar mayores desgracias y  ordenó a los criados evacuar inmediatamente el palacio, quedando solo uno de ellos en la casa  con orden de no enfrentarse en ningún caso a la soldadesca gala. Mientras tanto ella misma y sus hijos, acompañados por una doncella, salieron discretamente por la puerta de servicio y se dirigieron a la modesta vivienda de la viuda de un antiguo criado, una tal doña Antonia, donde hallaron acomodo y secreto refugio durante las dos semanas siguientes.
Pasados aquellos quince días, calmados los ánimos y recuperada una relativa normalidad ciudadana, Mª Manuela y los suyos regresaron de nuevo a su casa.  
Pero habían ocurrido cosas...
De especial relevancia fueron las llamadas "abdicaciones de Bayona" por las que tanto Carlos IV como su hijo Fernando renunciaban a la corona española en favor de Napoleón quien la depositó en manos de su hermano mayor, convertido en rey de España con el nombre de José I.
De mal nombre Pepe Botella para los españoles.

En fin... 

Así de estupendo lucía el señor Bonaparte senior como rey de España en el retrato que le pintó François Gerard por aquellas fechas. No le falta de nada: armiño, corona, cetro, espadín, gola, ligas con moña y zapatos de raso también con moña, trono, regio cortinaje enmarcando el conjunto, sombrero con plumas sostenido al desgaire, y  amplio manto bordado en oro, torres castellanas y leones rampantes sustituyendo la típica flor de lis de los borbones... Todo un detalle. Y !cuán  relajada postura, como diciendo "Aquí estoy yo"!
Y sin embargo...
El 20 de mayo La Gaceta de Madrid publicaba los documentos de renuncia a la corona del rey y de sus hijos Fernando y Carlos,  e incluso de su hermano menor, el infante Antonio, provocando la ira popular y el desencadenamiento definitivo de lo que ya dejaba de ser una concatenación de revueltas para convertirse en una auténtica guerra.

En este punto afirma el señor Ortí: [...] como no podía menos de ser, una vez conocidos los sucesos referidos, asocióse con entusiasmo la duquesa de Villahermosa a la protesta enérgica, unánime y espontánea con que respondió España a la deslealtad de Bayona.

Y como no era la duquesa de las que retroceden ante ningún deber, por penoso que fuese, llamó a sus hijos y les expuso claramente la situación y el camino que su honor, su dignidad y su nombre les trazaban...

...que no era otro que defender con sangre el derecho de vivir libres en una patria libre.

¡Muy bien dicho!


Sin olvidar el riesgo de permanecer en una ciudad agitada por los terribles sucesos descritos y furiosa por la inminente entrada y coronación del "rey intruso".
Y, encima, con la casa ocupada por militares de alto rango del ejército invasor, entre los que se encontraba por entonces el insoportable Monsieur Dupont.

Así que,  fuera por los  elevados ideales patrióticos expuestos o por el estado de tensión que tras los sucesos vividos en los primeros días de mayo se vivía en Madrid o por la  inaceptable presencia de aquel nuevo rey  postizo o por todas esas razones y la consideración del peligro que cada una de ellas implicaba, no digamos tomadas todas juntas, el caso es que la duquesa dispuso marchar a Zaragoza, su tierra chica, decisión que sus hijos,  muchachos respetuosos y obedientes, secundaron sin decir ni pío.
Y el 3 de junio salieron de Madrid madre e hijos en un coche de colleras seguido por otros coches alquilados para transportar a los criados. Cinco días duró el viaje y, finalmente,  el 8 de junio al ponerse el sol, entraba la comitiva en Zaragoza.


















sábado, 18 de junio de 2016

1.9 ... Y estalla la Guerra de la Independencia



Mientras Mª Manuela Pignatelli emprendía en Madrid los preparativos para la boda de su hijo, en el château de Fontainebleau,   se firmaba, el 27 de octubre de 1807, un Tratado entre España y Francia por el que ambos países  acordaban la invasión de Portugal, una decisión cuyas consecuencias afectarían gravemente la vida de todos los españoles, y, por supuesto, la de Manuela Pignatelli y sus hijos.



El lugar era sin duda un espacio emblemático. A sesenta kilómetros de París, gloria y orgullo de la corona de Francia desde la Edad Media,  reconocido por la Unesco desde 1981 como Patrimonio de la Humanidad, fue convertido por   Napoleón Bonaparte, con vista para esas cosas de “la grandeur”,  en un símbolo de su poderío, una regia alternativa al borbónico Palacio de Versalles.

***
Pero volvamos al dichoso Tratado: Portugal era aliada de Inglaterra desde los tiempos de la Guerra de Sucesión (1701-1713), conflicto que estalla al morir Carlos II sin haber tenido hijos. 
Al quedar "vacante" el trono de España el archiduque Carlos de Habsburgo defendió su derecho a ocuparlo con el respaldo de varias potencias europeas (Inglaterra, Holanda, Austria…) que se unieron frente a las pretensiones de Luis XIV, deseoso de colocar la corona de España en la testa de  su nieto Felipe,  duque de Anjou.
Todos codiciaban el dominio del viejo imperio español, todavía muy deseable por su extensión y riqueza. Y la ausencia de descendencia del último de los Austrias españoles impulsó la codicia de toda Europa por aquel inconmensurable patrimonio.
Pero tras años de lucha, sería Francia quien  acabase imponiendo a su pretendiente, Felipe de Anjou, biznieto de Felipe IV (de España)  por parte de madre y nieto de Luis XIV (de Francia) por parte de padre, tal como había dispuesto el pobre Hechizado, o sea, el difunto Carlos, vinculándose posteriormente en sucesivos Pactos de Familia los Borbones reinantes a uno y otro lado de los Pirineos. Todos una piña. Miedo daba al resto de Europa tanta amistad pues se barruntaba el peligro de una macro-potencia borbónica.
Pero luego vino todo aquello de la Revolución de 1789 y la guillotina…
... y el imperio del corso,
quien, tras apoderarse por las buenas o por las  malas de media Europa, decidió incorporar al cortijo Bonaparte la península Ibérica que,  habitada por una caterva de inofensivos campesinos - morenos, bajitos e ignorantes -, se encontraba gobernada, en el caso de los portugueses, por una corte afincada desde un año antes en Brasil (¡con lo lejos que queda!) temerosa de las represalias de Napoleón por no acatar Portugal el Bloqueo continental decretado por el general y  sometidos los otros, los españoles,  a  una clase dirigente en buena medida afrancesada, con  un rey con fama de cornudo, dedicado a la caza y a sus relojes,
óleo de Francisco de Goya
 padre de un heredero ansioso de poder y, literalmente, sin-vergüenza, y dominado por un prepotente valido de ambición sin límites, capaz de cualquier cosa por alcanzar sus utópicos objetivos personales.


Así que parecía fácil convencer a unos (¡parecían tan enamorados de todo lo que provenía de “la France”!) y engañar a otros (¡el pobre Carlos era tan bobo, el favorito estaba tan ciego y el hijo se mostraba tan capaz de cualquier cosa…!)
 Pero quedaban varios millones de españolitos de a pie.
Claro que a esos ya les convencerían (por las buenas o por las malas) aquellos señores duques y condes afrancesados dueños de tierras y almas, tan modernos e ilustrados en sociedad, y tan medievales en los gobiernos de sus feudos. Y a esos, creía el muy inocente de Napoleón, los tenía subyugados. Seguritos, seguritos a su lado.
Y hay que reconocer que, en un principio,  al señor general le fueron saliendo bien sus tejemanejes,  gracias, en buena medida,  a la inanidad de los gobernantes españoles, hay que reconocerlo.
 Hasta que  le fallaron las previsiones.
Y eso ocurrió, precisamente, a partir de la firma del Tratado de Fontainebleau.

Tratado de Fontainebleau, 1807. Grabado de Vicente Urrabieta y Ortiz
(Colección Artelio - Pamplona)
Pues el acuerdo suponía, en principio, la concesión del permiso a  Napoleón   para atravesar España con el objeto de conquistar Portugal, conseguido lo cual se repartirían el país luso Napoleón, Carlos IV y Manuel Godoy...
... aunque, en realidad, no era más que una medida estratégica para justificar la presencia de tropas francesas en territorio español y el comienzo de una invasión que acabaría con la anexión al Imperio de todo el territorio peninsular (España y Portugal).
Un plan estupendo.

¡Qué listo, el general!

Después de apropiarse de media Europa, aquello iba a ser pan comido.

Sí, señor.
Pero se equivocaba.
Porque frente a la dejación de ciertos sectores dirigentes, encabezados por el propio rey Carlos (IV), su funesto hijo Fernando (VII)  y el poderoso valido (Godoy), algunos sectores de la población española, especialmente las clases populares, se rebelaron enseguida, con una violencia inusitada, contra la humillante pérdida de soberanía.
 David frente a Goliat, ya se sabe.
Y entonces muchos de aquellos ilustres afrancesados, nobles y burgueses, abates y militares,  comenzaron a replantearse seriamente  las cosas. El pensamiento de sus filósofos, el refinamiento de sus costumbres, sus poetas y dramaturgos, las nuevas modas y hasta las pelucas, en definitiva,  la nueva visión del mundo que Francia llevaba un siglo propalando por Europa, sí.
 Pero Napoleón, no. Que no, vaya, que no.
 ¡Que hasta ahí podíamos llegar!
Y entre el patriotismo heroico y la entrega al invasor, muchos se decantaron por el sacrificio. Otros, sin duda de buena fe, persistieron en la creencia de que aceptando al invasor  propiciaban para España el deseable futuro de progreso y modernidad que tantos años llevaba simbolizando Francia. Finalmente otros se entregaron al enemigo en busca de gratificación y beneficio. Colaboracionistas.
Ya se sabe,  los clásicos trepas.
La familia de Carlos IV, óleo de Francisco de Goya
(Museo del Prado)
Godoy, Príncipe de la Paz (1801). Óleo de Francisco de Goya
(Real Academia de Bellas Artes de San Fernando. Madrid)

Era el comienzo de uno de los periodos más duros de la historia de España: la conocida como Guerra de la Independencia (1808-1814) Una carnicería terrible de funestas consecuencias en la historia de España. Y no solo por los horrores y la devastación que supuso en sí mismo el conflicto… Sino porque luego vino el dramático reinado de Fernando VII,  apodado el “rey felón”, aunque al principio de su reinado recibiera el sobrenombre de  " el Deseado". Paradojas de la historia, que no viene aquí a cuento aclarar aquí.



***

Y fueron pasando los meses. Y fueron pasando cosas en una calma tensa presagio de la tormenta...
Hasta que entre el 17 y el 19 de marzo de 1808,  estalla en Aranjuez, donde descansaba la corte, un motín popular sin duda manipulado por  cierto sector de la aristocracia, manifestación de la indignación de los españoles por la servil actitud que estaba mostrando ante Napoleón el rey  mangoneado por su favorito,   actitud que ya les tenía hartos a todos.
Así que, apurado por la violencia de la situación, el rey acaba abdicando en favor de su hijo Fernando, intrigante y ambicioso como pocos. Felón.
Abdicación que el pueblo acogió encantado, esperando del príncipe un escudo frente a tanta corrupción y tanto abuso.



La Gaceta de Madrid publicó el decreto  en su número del 25 de marzo:

El Sr. Rey D. Carlos Quarto se sirvió expedir el real decreto siguiente:


Como los achaques de que adolezco no me permiten soportar por más tiempo el grave peso del gobierno de mis reinos, y me sea preciso para reparar mi salud gozar en clima más templado de la tranquilidad de la vida privada; he determinado, después de la más seria deliberación, abdicar mi corona en mi heredero y mi mui caro hijo el Príncipe de Asturias. Por tanto es mi real voluntad que sea reconocido y obedecido como Rey y Señor natural de todos mis reinos y dominios. Y para que este mi real decreto de libre y espontánea abdicación tengasu exacto y debido cumplimiento, lo comunicaréis al consejo  demás a quienes corresponda.
Dado en Aranjuez, a 19 de marzo de 1808.-

Yo, el Rey.- A don Pedro Cevallos



Caída y prisión del Príncipe de la Paz, grabado de Fco. de Paula Martí de un dibujo de Zacarías Velázquez (1814)


 (Biblioteca Nacional de España)


Inscripción al pie de la imagen: "El pueblo sublevado corre a su casa y después de haber practicado las más eficaces diligencias le halla oculto en un desván entre unas esteras. La algaraza y gritos de la muchedumbre anuncian a Carlos IV el riesgo de su favorito. Para socorrerle / envía al PRINCIPE FERNANDO, seguro de que el pueblo se contendría a su voz. Llega el PRINCIPE presuroso, y encarga a un escuadrón de guardias de corps que le custodie..."



























































Carlos IV abdica la corona en su hijo Fernando

D. Zacarías Velázquez lo dibujó; D. Manuel Alegre lo grabó (1814)

(Biblioteca Nacional de España) 

Inscripción al pie de la imagen:


Asegurado y preso el Príncipe de la Paz (Godoy), Fernando volvió a Palacio: el Rey  Carlos, viendo las aclamaciones y aplausos con que su hijo había sido recibido del pueblo, la facilidad con que había salvado de su furor al odioso Favorito y la incapacidad en que él se hallaba para seguir gobernando, tomó la resolución de resignar la corona en su heredero y lo anunció y ratificó así en un balcón del palacio a la vista del inmenso concurso que estaba delante. Todos prorrumpieron en voces exaltadas de alegría y vitoreando a un tiempo al padre y al hijo se creyeron felices desde aquel momento.





Los acontecimientos se suceden y al fin el ejército de varias decenas de miles de hombres que había atravesado los Pirineos en febrero de 1808, comandado por Joachim Murat, entra en Madrid el 23 de marzo.

¡Qué personaje Monsieur Murat!


General del ejército napoleónico, Gran Duque de Berg, rey de Nápoles y cuñado de Napoleón.

 
Todo un dandy, además.

 No hay más que verlo en el  retrato realizado por François Gérard aquel mismo año de 1808, hecho un barbián. Gesto altivo, mirada prepotente, aunque lánguida y tristona,  los labios curvados en rictus victorioso, rizos cuidadosamente desordenados, aparatosas hombreras, medallas, rasos, cordoncillos y alamares dorados por doquier... Y ¡¡qué patillas, medio ocultas por el alto cuello y el oscuro collarín!!

En fin, pobre. Poco podía imaginar cuando posaba así de petulante  cuán trágico sería su final.






Pero sigamos con la historia.


Como decíamos, el 23 de marzo entraron las tropas francesas en Madrid con Murat y su Estado Mayor a la cabeza, procedentes del cercano pueblo de  Chamartín de la Rosa, donde se hallaban acantonadas.


El escritor y político español Antonio Alcalá Galiano (1789-1865) describe en sus Memorias aquel histórico momento:


Vióselos entrar con curiosidad y no con desabrimiento, pero con gusto tampoco. Admirábaselos;
extrañábase en su infantería traer cubierta la cabeza con los llamados chacós, en vez de sombreros,
la pequeñez de estatura de la mayor parte de los soldados, y cierta aparente falta de aliño en la
formación y marcha; celebrábase en los cuerpos de caballería su diverso y lucido porte, y poníase la
vista con atención y asombro en los mamelucos de la guardia imperial, con su traje de orientales […]



Pero Murat decepciona enseguida a los madrileños pues adopta  una inaceptable actitud  despótica y  no reconoce la autoridad de Fernando VII.
¡Pecado imperdonable!

Así que aquella indiferencia inicial, incluso el entusiasmo con que había sido recibido por algunos,   se va convirtiendo en desconfianza ante unos "aliados" que con total impunidad y no poca impostura habían ido ocupando  ciudades y pueblos de España. Y que, encima, no acataban al adorado hijo del rey Carlos.
¡Vaya gente!

La situación se iba poniendo cada vez más tensa.

 Hasta que el domingo 1 de mayo, los madrileños, hartos de la soberbia y la prepotencia de Murat y su gente, manifestaron su rabia cuando el general pasaba la habitual revista a sus tropas en el desfile público que se celebraba  en el paseo del Prado, un auténtico alarde de poderío.

Ante la provocadora ostentación de fuerza que el dominical acto significaba, los paseantes silbaron al Gran Duque de Berg y a su
Estado Mayor. Y hasta se permitieron el lujo de burlarse de aquellos poderosos extranjeros… Que se indignaron, claro.

¡Oh, là, là… c’est imperdonable!

Era el preámbulo de la tragedia.


***

Y la tragedia estalló al día siguiente cuando


según una muy popular “leyenda urbana”,  una muchedumbre se congregó ante la Puerta del Príncipe del Palacio Real para asistir a la marcha de los últimos miembros de la familia de Carlos IV hacia Bayona donde  Napoleón ya había reunido, con artes ladinas, al rey, la reina, su hijo Fernando y  Manuel Godoy.
Y entonces, en aquel estado de extrema crispación colectiva, se oyó el lamento del infante Francisco de Paula, el menor de los hijos de Carlos IV que se quejaba por tener que abandonar Madrid.
 
El detonante de la revuelta resultó ser una voz entre la muchedumbre que gritó, destemplada y enfurecida, aquello de…




¡¡Que se nos los llevan!!




Y se armó la de Dios es Cristo

[El curioso lector podría preguntarse qué tiene que ver esta larga disquisición histórica con los salones de Villahermosa. Para saberlo solo tiene que leer nuestra próxima entrega. Ya verá.]