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Paseo del Prado visto desde la fuente de Neptuno
Grabado realizado por Isidro González Velázquez hacia 1800
(Biblioteca Digital Memoria de Madrid)
1. Fuente de Neptuno; 2. Palacio de Medinaceli; 3 Palacio de Villahermosa; 4. Carrera de San Jerónimo |
Los acontecimientos ocurridos en Madrid el 2 de mayo de 1808, de los que dimos noticia en nuestra anterior entrega, transformaron el apacible Salón del Prado, espacio favorito para el recreo de los madrileños desde tiempo inmemorial, en escenario de un espectáculo dantesco.
Podemos imaginar a Manuela Pignatelli, sus hijos y la numerosa servidumbre de la casa ocultos tras los pesados cortinones que debían cubrir los ventanales que se abren al Prado y a la Carrera de San Jerónimo en cada uno de los tres pisos del edificio, atisbando con prudencia las carreras, los tiroteos, los gritos, los gemidos y las maldiciones de unos y otros. Aquellos mismos balcones desde donde habían contemplado y aclamado pocos días antes (24 de marzo), la solemne entrada de Fernando VII en Madrid a lomos de un caballo blanco tras la forzada abdicación de su padre a consecuencia del Motín Aranjuez y la subsiguiente caída de Godoy. Un cercano y emocionante tiempo de esperanza.
Aquella tarde del 2 de mayo, sin embargo, el espectáculo que pudieron vislumbrar, sin duda muy asustados, era muy diferente. Y, paralizados por el terror, no fueron sino testigos mudos de la tragedia que se desarrollaba a pocos metros de la casa.
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Lucha en el Prado
Dibujo de José Ribelles. Grabador, Alejandro Blanco (h.1811)
(Biblioteca Digital Memoria de Madrid)
Texto al pie:
Asesinan los Franceses a los Patriotas en el Paseo del Prado / Maniatados y conducidos á bayonetazos al Prado los infelices que durante la refriega tienen la desgracia de caer en poder de las tropas francesas, son atrozmente asesinados, sin que ni su inocencia, ni sus clamores, ni las suplicas, lágrimas y gemidos de las madres y esposas basten a libertarlos. Sacerdotes y religiosos se cuentan tambien en el número de estos desventurados que perecen sin ninguna especie de auxilio. Y no satisfecha la feroz soldadesca con haberlos afusilado y desnudados de pies a cabeza para saciar su sanguinaria rapacidad se recrea en insultar a los cadáveres mismos. Hecha un lago de sangre española la dilatada extensión del Prado ofrece un espectáculo horroroso, triste preludio de la sangrienta escena que aún con mayor inhumanidad y perfidia se repitió por la noche en que centenares de víctimas inocentes fueron alevosamente sacrificadas.
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Don Benito Pérez Galdós, cronista imprescindible de la historia de España del siglo XIX , ofrece en sus Episodios Nacionales (El 19 de marzo y el 2 de mayo) una estremecedora descripción de cómo pudo desarrollarse la dramática escena:
[En el fragor de aquellas primeras horas de la noche del 2 de mayo, Gabriel, el protagonista de la novela, busca a su amada Inés por las calles de Madrid y en su angustiado deambular llega al Prado]
Dicho esto, nos separamos a toda prisa, y yo corrí por la Carrera de San Jerónimo. La noche era oscura, fría y solitaria. En mi camino encontré tan sólo algunos hombres que corrían despavoridos, y a cada paso lamentos dolorosísimos llegaban a mis oídos. A lo lejos distinguí las pisadas de las patrullas francesas y de rato en rato un resplandor lejano seguido de estruendosa detonación. Cómo se presentaba en mi alma atribulada aquel espectáculo en la negra noche, aquellos ruidos pavorosos, no es cosa que puedo yo referir, ni palabras de ninguna lengua alcanzan a manifestar angustia tan grande. Llegaba junto al Espíritu Santo [convento que se encontraba en la Carrera de San Jerónimo, junto al palacio de Villahermosa. Ocupaba el lugar donde actualmente se levanta el Congreso de Diputados], cuando sentí muy cercana ya una descarga de fusilería. Allá abajo en la esquina del palacio de Medinaceli [situado en la Carrera frente al de Villahermosa] la rápida luz del fogonazo, había iluminado un grupo, mejor dicho, un montón de personas, en distintas actitudes colocadas, y con diversos trajes vestidos. Tras de la detonación, oyéronse quejidos de dolor, imprecaciones que se apagaban al fin en el silencio de la noche. Después algunas voces hablando en lengua extranjera, dialogaban entre sí; se oían las pisadas de los verdugos, cuya marcha en dirección al fondo del Prado era indicada por los movimientos de unos farolillos de agonizante luz. A cada rato circulaban pequeños tropeles, con gentes maniatadas, y hacia el Retiro se percibía resplandor muy vivo, como de la hoguera de un vivac.
Acerquéme al palacio de Medinaceli por la parte del Prado, y allí vi algunas personas que acudían a reconocer los infelices últimamente arcabuceados. Reconocílos yo también uno por uno, y observé que pequeña parte de ellos estaban vivos, aunque ferozmente heridos; y arrastrábanse estos pidiendo socorro, o clamaban en voz desgarradora suplicando que se les rematase. Entre todas aquellas víctimas no había más que una mujer, que no tenía semejanza con Inés, ni encontré tampoco sacerdote alguno. Sin prestar oídos a las voces de socorro, ni reparar tampoco en el peligro que cerca de allí se corría, me dirigí hacia el Retiro [...]
El estrépito de otra descarga me hizo enmudecer, y la voz expiró en mi garganta por falta de aliento. Estuve a punto de caer sin sentido; pero haciendo un heroico esfuerzo, volví a suplicar al oficial con voz ronca y ademán desesperado, pretendiendo que me dejase entrar a ver si algunos de los recién inmolados eran los que yo buscaba. Sin duda mi ruego, expresado ardientemente y con profundísima verdad, conmovió al joven oficial, más por la angustia de mis ademanes que por el sentido de las palabras, extranjeras para él, y apartándose a un lado me indicó que entrara. Hícelo rápidamente, y recorrí como un insensato el primer patio y el segundo. En este, que era el de la Pelota, no había más que franceses; pero en aquel yacían por el suelo las víctimas aún palpitantes, y no lejos de ellas las que esperaban la muerte. Vi que las ataban codo con codo, obligándolas a ponerse de rodillas, unos de espalda, otros de frente. Los más extendían los brazos agitándolos al mismo tiempo que lanzaban imprecaciones y retos a los verdugos; algunos escondían con horror la cara en el pecho del vecino; otros lloraban; otros pedían la muerte, y vi uno que rompiendo con fuertes sacudidas las ligaduras, se abalanzó hacia los granaderos. Ninguna fórmula de juicio, ni tampoco preparación espiritual, precedían a esta abominación: los granaderos hacían fuego una o dos veces, y los sacrificados se revolvían en charcos de sangre con espantosa agonía.
Algunos acababan en el acto; pero los más padecían largo martirio antes de expirar, y hubo muchos que heridos por las balas en las extremidades y desangrados, sobrevivieron después de pasar por muertos hasta la mañana del día 3, en que los mismos franceses, reconociendo su mala puntería, les mandaron al hospital. Estos casos no fueron raros, y yo sé de dos o tres a quienes cupo la suerte de vivir después de pasar por los horrores de una ejecución sangrienta. [...] Los franceses, aunque a quema-ropa, disparaban mal, y algunos de ellos, preciso es confesarlo, con marcada repugnancia, pues sin duda conocían el envilecimiento en que habían repentinamente caído las águilas imperiales.
Porque ante la rebelión de los madrileños por el "rapto" de los últimos representantes de la familia real que quedaban en Palacio, las tropas francesas recibieron órdenes tajantes de castigar sin piedad a los vecinos de la Villa y Corte. El orgulloso Murat, quien probablemente ardía en deseos de vengar las chanzas que sufriera el día anterior en el Prado, cuando fuera humillado ante sus tropas y oficiales por los madrileños allí presentes, erró al calibrar la trascendencia de aquellos sucesos y aplicó un castigo de inusitada crueldad que quiso ser ejemplar y resultó peligrosamente provocador.
La furia pronto se propagó por toda España y el odio al francés se adueñó de los españoles sin distinción de clases, sexo, ni origen geográfico.
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Valencia: El grito del Palleter - J.Sorolla (1884) |
Para empezar, la misma tarde del 2 de mayo Murat envió un informe a Bonaparte dando noticia de lo ocurrido. La carta decía lo siguiente:
Madrid, dos de mayo de 1808, seis de la tarde.
Sire: la tranquilidad pública ha sido turbada esta mañana. Desde hace varios días la gente del campo se reunía en la ciudad, circulaban panfletos excitando a la rebelión, la cabeza de los generales u oficiales franceses hospedados en la ciudad se ponía a precio, en fin, todo anunciaba la crisis. Esta mañana desde las ocho la canalla de Madrid y de los alrededores obstruía los accesos al palacio y llenaba los patios. Uno de mis ayudantes de campo que había enviado para cumplimentar a la reina de Etruria que iba a subir en el coche ha sido detenido a la puerta de palacio y hubiera sido asesinado por el populacho desenfrenado a no ser por diez o doce granaderos de la guardia de V.M. que envió para liberarle. Momentos después un segundo ayuda de campo que yo enviaba con órdenes para el general Grouchy ha sido asaltado a pedradas resultando herido. Inmediatamente se ha dado el toque de llamada, la guardia de V:M. ha tomado las armas y todos los campamentos puestos en movimiento han recibido la orden de marchar sobre Madrid para ocupar los puestos que les habían sido designados en caso de alarma. Mientras tanto, un batallón de la guardia alojado en mi palacio, protegido por dos cañones y un pelotón de cazadores polacos, ha marchado hacia el castillo atacando a la masa allí reunida y dispersándola a tiros de fusil. Por su lado, el general Grouchy reunía sus tropas en el Pardo y recibía la orden de dirigirse por la calle de Alcalá a la Puerta del Sol y Plaza Mayor donde se habían reunido más de veinte mil rebeldes. Se asesinaba ya en las calles a los soldados aislados que intentaban incorporarse al puesto sin perdonar los que se ocupaban de las distribuciones. [...] Ordené al general Grouchy que se dirigiese a la Puerta del Sol y al coronel Frederic que marchase sobre el mismo lugar por la calle de la Platería y que disolviesen a cañonazos al populacho; esas dos columnas se pusieron en movimiento u consiguieron limpiar las calles, no sin dificultad porque esos miserables expulsados por las calles se refugiaban en las casas y disparaban contra nuestras tropas desde los cruces mientras que la mayoría se dirigía al Arsenal para apoderarse de los cañones y de los fusiles. Pero el general Lefranc que se encontraba en la Puerta de Fuencarral se dirigió allí con la bayoneta calada y ha conseguido apoderarse del Arsenal y recuperar los cañones de los que se habían apoderado los rebeldes. Después las columnas se han dirigido a la Puerta del Sol, las Puertas de Toledo, Segovia y Fuencarral. El general Grouchy ha dado orden de entrar en las casas desde donde se hacía fuego haciendo pasar a cuchillo a todos los que allí se encontraban en ellas. Todas las calles han sido despejadas. Los campesinos que habían conseguido escapar de la ciudad han topado con la caballería y atacados a sablazos. [...] Sire, hay mucha gente muerta: los cazadores de vuestra guardia han perdido varios hombres. [...] Esta noche comunicaré a V.M. sobre este acontecimiento cuando haya recibido los informes detallados de los diferentes generales con mando. En un abrir y cerrar de ojos todo el mundo estuvo en su puesto y debo rendir los mayores elogios a todas las tropas de V.M. especialmente al general Grouchy .
(Murat lieutenant de l´ Empereur d´ aprés correspondance inédite, Murat C., París (1847) en El reinado de Fernando VII en sus documentos, Moral Roncal, Antonio, Ed. Ariel Practicum)
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Sangre de Mayo, ©Nickel Odeón Dos y TeleMadrid (film de J.L.Garci. 2008) |
Y también esa misma tarde el propio Murat promulgó un bando con órdenes para la represión de los rebeldes de una severidad inaudita que, aunque no se publicó en los dos periódicos que por entonces había en Madrid (Diario de Madrid y La Gazeta de Madrid ) hasta unos días más tarde, el 4 y el 6 de mayo respectivamente, comenzó a aplicarse inmediatamente. El texto decía así:
«Soldados: el populacho de Madrid se ha sublevado, y ha llegado al asesinato. Sé que los buenos españoles han gemido de estos desórdenes; estoy muy lejos de mezclarlos con aquellos miserables que no desean más que el crimen y el pillaje. Pero la sangre francesa ha sido derramada; clama por la venganza: en su consecuencia mando lo siguiente:
ARTÍCULO I. El general Grouchi convocará esta noche la comisión militar.
ART. II. Todos los que han sido presos en el alboroto y con las armas en la mano, serán arcabuceados.
ART. III. La Junta de Estado va a hacer desarmar los vecinos de Madrid. Todos los habitantes y estantes quiénes después de la execución de esta orden se hallaren armados o conserven armas sin una permisión especial, serán arcabuceados.
ART. IV. Toda reunión de más de ocho personas será considerada como una junta sediciosa, y deshecha por la fusilería.
ART. V. Todo lugar en donde sea asesinado un francés, será quemado.
ART. VI. Los amos quedarán responsables de sus criados; los jefes de talleres, obradores y demás de sus oficiales, los padres y madres de sus hijos, y los Ministros de los Conventos de sus Religiosos.
ART. VII. Los autores, vendedores y distribuidores de libelos impresos o manuscritos, provocando la sedición, serán considerados como unos agentes de la Inglaterra y arcabuceados.
Dado en nuestro Cuartel general de Madrid a 2 de Mayo de 1808.
Firmado: Joachim.
Por mandato de S.A.I. y R.El Jefe de Estado Mayor General Belliard.
La matanza de patriotas comenzó la tarde del mismo día 2 y no cesó hasta la madrugada del día 3...
Entre los lugares donde se desarrollaron los masivos (y arbitrarios) fusilamientos se encontraba el Salón del Prado, precisamente frente a las ventanas del palacio de Villahermosa...
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Maqueta de León Gil de Palacio (1830) - Museo de Historia de Madrid
... en el lugar donde actualmente se extiende la plaza de la Lealtad. En recuerdo de los tristes sucesos allí acontecidos y de los madrileños que allí fueron muertos se levantó en aquel lugar, en 1814, una capilla, sustituida posteriormente por un imponente obelisco que no pudo inaugurarse hasta 1840 y que hoy todavía preside la plaza.
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Los fusilamientos del 2 de mayo en el Paseo del Prado de Madrid
Dibujo de Zacarías González. Grabador, Juan Carrafa.
Texto:
Horrible sacrificio de inocentes víctimas con que la alevosa ferocidad francesa empeñada en sofocar el heroísmo de los / Madrileños, inmortalizó las glorias de España en el Prado de Madrid en el día 2 de Mayo de 1808.
1. Real Retiro. / 2. Caballerizas. / 3. Fusilando á los inocentes. / 4. Amontonando cadaveres. / 5. Victimas que ponen en el canapé para fusilar. / 6. Otras traen a fusilar. |
Aunque no fue solo en el Prado donde aquel día aciago se produjeron fusilamientos masivos e indiscriminados, sino que otros espacios hubo, como el Retiro y la Montaña del Príncipe Pío (La Moncloa), donde fueron masacrados cientos de madrileños. Francisco de Goya dejó testimonio gráfico de ello.
El 3 de mayo en Madrid o Los fusilamientos, óleo de Fco. de Goya
(Museo del Prado)
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Pero volvamos a Manuela Pignatelli y los suyos.
Estos acontecimientos, tan rápidamente desarrollados, llenaron de perplejidad a la duquesa de Villahermosa, afirma al respecto el señor Ortí y Brull, biógrafo de la duquesa.
Apenas podía creer su imaginación lo que veían sus ojos, sigue diciendo.
Ella, que hacía una vida retirada, como en un monasterio, afirma el señor Ortí, dedicada a sus obras de caridad y a frecuentar el monasterio de las Salesas donde visitaba a la joven prometida de su hijo a la que cada vez cobraba mayor afecto, se vio de repente inmersa en el ojo de un huracán que había de arrasar España durante los siguientes seis años.
Y no es que la buena señora, que por entonces contaba cerca de sesenta años, fuera ignorante de la vida política del momento. Leía habitualmente la Gaceta, mantenía amistad con personajes conocidos de la vida política, recibía frecuente correspondencia de Italia... Pero, precisamente por todo ello, tras quedarse viuda, había preferido mantenerse al margen de la vida pública y alejada de aquella corte de intrigantes presidida por la frívola Mª Luisa de Parma siempre enredada en rumores sobre sus non sanctas relaciones con el bueno de Manuel Godoy.
Pero, ¡ay!, tal distanciamiento no había servido sino para ganarse la enemistad del Gobierno que, tras la entrada de los franceses en Madrid, no dudó en alojar en el palacio de Villahermosa a varios generales con sus correspondientes Estados Mayores, a pesar de las quejas de su propietaria, muy incómoda con tales huéspedes, de las que nadie hizo caso alguno.
Entre estos altos cargos militares se encontraba el famoso general Pierre-Antoine Dupont de l'Étang, conde por obra y gracia de Napoleón, quien fuera derrotado, por cierto, por el general Castaños en la decisiva batalla de Bailén (19 de julio de 1808). En Villahermosa vivió unos meses y, por lo visto, de todos los militares que allí se hospedaron fue el que dio más lata a la señora duquesa.
Pero volvamos a la aciaga tarde del 2 de mayo. Como decíamos Manuela Pignatelli se vio sorprendida por aquellos violentos e inesperados sucesos ante los que, a pesar de todo, reaccionó con gran serenidad y prudencia.
... mandó que durante la lucha estuvieran cerradas las puertas de su casa y solo se franqueasen si algún herido acudía en demanda de socorro [...] y ordenó que no saliesen ni los hijos ni los servidores.
No pudo evitar, sin embargo, ser testigo del saqueo del cercano palacio de Híjar, cuyo portero fue bárbaramente asesinado en mitad de la calle y cuyos tesoros fueron expoliados por granaderos franceses que arrastraban sin respeto alguno preseas y tapices calle abajo.
...y lo que fue más doloroso para ella. Estuvo oyendo durante toda la noche las descargas de fusilería que en el inmediato recinto del Prado producían la muerte a los infelices aprehendidos en las calles...
Así que cuando a la mañana siguiente entraron los criados precipitadamente en sus aposentos mostrándole aterrorizados una copia del bando de Murat, Mª Manuela Pignatelli decidió abandonar el palacio, pues aunque la gente de la casa se había mantenido al margen de los enfrentamientos, la verdad era que no pudieron evitar - o no quisieron - que grupos de paisanos armados se refugiasen en las puertas de la casa y aún en la zona todavía en construcción de la calle del Turco, desde donde mantuvieron un duro enfrentamiento con los soldados franceses.
En consecuencia, dadas las órdenes de Murat y la inmisericordia de su aplicación, quiso evitar mayores desgracias y ordenó a los criados evacuar inmediatamente el palacio, quedando solo uno de ellos en la casa con orden de no enfrentarse en ningún caso a la soldadesca gala. Mientras tanto ella misma y sus hijos, acompañados por una doncella, salieron discretamente por la puerta de servicio y se dirigieron a la modesta vivienda de la viuda de un antiguo criado, una tal doña Antonia, donde hallaron acomodo y secreto refugio durante las dos semanas siguientes.
Pasados aquellos quince días, calmados los ánimos y recuperada una relativa normalidad ciudadana, Mª Manuela y los suyos regresaron de nuevo a su casa.
Pero habían ocurrido cosas...
De especial relevancia fueron las llamadas "abdicaciones de Bayona" por las que tanto Carlos IV como su hijo Fernando renunciaban a la corona española en favor de Napoleón quien la depositó en manos de su hermano mayor, convertido en rey de España con el nombre de José I.
De mal nombre Pepe Botella para los españoles.
En fin...
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Así de estupendo lucía el señor Bonaparte senior como rey de España en el retrato que le pintó François Gerard por aquellas fechas. No le falta de nada: armiño, corona, cetro, espadín, gola, ligas con moña y zapatos de raso también con moña, trono, regio cortinaje enmarcando el conjunto, sombrero con plumas sostenido al desgaire, y amplio manto bordado en oro, torres castellanas y leones rampantes sustituyendo la típica flor de lis de los borbones... Todo un detalle. Y !cuán relajada postura, como diciendo "Aquí estoy yo"!
Y sin embargo... |
El 20 de mayo La Gaceta de Madrid publicaba los documentos de renuncia a la corona del rey y de sus hijos Fernando y Carlos, e incluso de su hermano menor, el infante Antonio, provocando la ira popular y el desencadenamiento definitivo de lo que ya dejaba de ser una concatenación de revueltas para convertirse en una auténtica guerra.
En este punto afirma el señor Ortí: [...] como no podía menos de ser, una vez conocidos los sucesos referidos, asocióse con entusiasmo la duquesa de Villahermosa a la protesta enérgica, unánime y espontánea con que respondió España a la deslealtad de Bayona.
Y como no era la duquesa de las que retroceden ante ningún deber, por penoso que fuese, llamó a sus hijos y les expuso claramente la situación y el camino que su honor, su dignidad y su nombre les trazaban...
...que no era otro que defender con sangre el derecho de vivir libres en una patria libre.
¡Muy bien dicho!
Sin olvidar el riesgo de permanecer en una ciudad agitada por los terribles sucesos descritos y furiosa por la inminente entrada y coronación del "rey intruso".
Y, encima, con la casa ocupada por militares de alto rango del ejército invasor, entre los que se encontraba por entonces el insoportable Monsieur Dupont.
Así que, fuera por los elevados ideales patrióticos expuestos o por el estado de tensión que tras los sucesos vividos en los primeros días de mayo se vivía en Madrid o por la inaceptable presencia de aquel nuevo rey postizo o por todas esas razones y la consideración del peligro que cada una de ellas implicaba, no digamos tomadas todas juntas, el caso es que la duquesa dispuso marchar a Zaragoza, su tierra chica, decisión que sus hijos, muchachos respetuosos y obedientes, secundaron sin decir ni pío.
Y el 3 de junio salieron de Madrid madre e hijos en un coche de colleras seguido por otros coches alquilados para transportar a los criados. Cinco días duró el viaje y, finalmente, el 8 de junio al ponerse el sol, entraba la comitiva en Zaragoza.